Empezamos esta semana del 15 de marzo del 2021 con el recuerdo y la conciencia de que hace ya un año que se declaró el estado de alarma en nuestro país. La consecuencia fue algo extraordinario que jamás habíamos vivido: confinar a 47 millones de españoles en sus casas durante más de dos meses, a causa del contagio disparado y la primera ola de COVID llenando las UCIS de nuestros hospitales. Los noticiarios de estos días nos han recordado cómo era nuestra vida antes de que llegara la pandemia y nos han devuelto a la retina las comparecencias diarias de nuestros dirigentes políticos y técnicos de salud, para ir contando a la población la situación y los datos que nos atemorizaban. Hemos vuelto atrás en el tiempo, para emocionarnos de vuelta con los aplausos a los sanitarios desde las ventanas y balcones a las ocho de la tarde, para recordar las primeras videoconferencias familiares por zoom, para removernos con aquellos arco iris en forma de pancartas en que nos enviamos el mensaje de que “todo irá bien” o cómo se regeneró la naturaleza en pocos meses, en cuanto los humanos estuvimos encerrados sin contaminar a diestro y siniestro.
Pero también ha sido un recordatorio para constatar de cómo se polarizó la sociedad a causa del aumento de las fake news. En este flashback que nos regalan las noticias, otra vez nos ha crecido la indignación y la impotencia al ver lo rápido que algunos dejaron el comportamiento cívico a un lado y comenzaron a saltarse las normas en cuanto pudimos salir del confinamiento estricto, con fiestas clandestinas que han ido aumentando desde entonces, o con negacionistas que nos ponían a todos en riesgo con su descreimiento. Un año después, nos parece todavía ciencia ficción el poder reunirnos con familiares y amigos, abrazarnos, reír a carcajadas sin la cara embozada tras las mascarillas, y celebrar la vida en compañía de otros.
Para el mundo de la educación ha sido un año de duros aprendizajes. Reinventar un sistema educativo de la noche a la mañana, ir de la enseñanza presencial a la enseñanza remota de emergencia, como ya la han bautizado los expertos; luchar a brazo partido para que no se perdiera la cercanía con el alumnado… y acompañar desde la distancia para intentar que nadie quedara atrás académicamente .Ha sido y sigue siendo un esfuerzo titánico, que nos ha demostrado que los docentes son los otros héroes de esta situación, junto con los sanitarios.
Un año después, hemos aprendido que las pantallas no pueden sustituir la presencia humana, el lenguaje no verbal de los afectos, la mirada y la cercanía física. Hemos aprendido que el conocimiento se construye con los demás, y que la escuela es un lugar donde no solo interiorizamos contenidos, conceptos y procedimientos, o un servicio asistencial que permite que la actividad de los padres trabajadores continúe mientras dejan a sus hijos a cargo de adultos responsables que se encargan de su bienestar y seguridad. La escuela es, fundamentalmente y por encima de todo, un lugar donde aprendemos a respetarnos, a valorarnos, a socializar; y una microsociedad en la que convivimos, en la que aprendemos a pensar más críticamente y nos convertimos en ciudadanos empoderados.
Un año después, hemos constatado que para construir una escuela más humana y humanista, hay que dedicar tiempo de calidad al acompañamiento emocional, y que en medio de una pandemia hay que escuchar, más que nunca, los sentimientos y miedos que nos embargan, e incluso nos secuestran y nos bloquean.
Un año después, hemos constatado que a las brechas socioculturales que ya existían en la escuela y condicionan los ritmos y resultados de aprendizaje de un sector de alumnado importante, hay que añadirle una brecha digital de acceso a la tecnología y uso de familias y alumnos, que está ahondando aún más las inequidades del sistema educativo. La escuela debe seguir ejerciendo el papel de ascensor social, pelear por la calidad y la inclusión, y luchar para corregir las injusticias.
Un año después, hemos comprendido que casi la mitad de los centros educativos españoles no estaban preparados tecnológicamente, ni con la infraestructura, ni con un nivel adecuado de competencia digital docente. La mal llamada “semipresencialidad” no es la solución y tiene numerosas carencias, además de desmotivar a profesorado y alumnado. Hemos entendido que hay que exigir a las administraciones un esfuerzo de inversión en cuestiones tecnológicas y en refuerzo de los planes de digitalización, y dar a los profesores todos los recursos y facilidades necesarios para que puedan acompañar adecuadamente a su alumnado.
Un año después, hemos recordado que, por muy excelente que pueda ser un diseño instruccional online, hay que reflexionar no solo en la forma que presentamos la información para poder transformarla en conocimiento de calidad, sino que aún nos hace falta una consideración muy profunda sobre lo que significa “evaluación formativa y real” para acompañar al alumno en su proceso de aprendizaje de forma reflexiva, cuidadosa y crítica.
Un año después, hemos comprobado la importancia de tener en nuestras escuelas espacios amplios, bien ventilados, y que es urgente la remodelación de los lugares físicos donde se aprende, porque la motivación aumenta en escenarios escolares que nos producen sensación de seguridad, acogimiento y bienestar.
Un año después estamos echando de menos el aprendizaje cooperativo, los trabajos en grupo, la algarabía de las aulas donde los alumnos trabajan y construyen juntos, donde se da la sinergia de sus capacidades y talentos. El aprendizaje y la escuela existen allá donde hay gente que quiere aprender, pero queremos aprender en comunidad.
Un año después sabemos que el alumnado con necesidades educativas necesita muchos más recursos para poder llegar a él con condiciones óptimas o, al menos, adecuadas para la atención que requieren.
Un año después hemos aprendido que se hace más y más urgente seleccionar de manera crítica los contenidos de un currículo excesivamente enciclopedista, porque en condiciones difíciles como las que hemos vivido, es imposible llegar a todo y a todos. De hecho, ya lo era antes de la pandemia.
Un año después nos hemos convencido de que enseñar sostenibilidad y respeto al medio ambiente en la escuela puede ser un arma cargada de futuro, si queremos evitar futuras zoonosis que nos lleven a nuevas pandemias con las nefastas consecuencias que está teniendo la COVID en nuestro desarrollo personal, profesional y social.
Un año después hemos constatado que todos en la escuela debemos empujar en una misma dirección si queremos tener más vocaciones científicas para salvar un futuro que se presenta incierto y en el que es muy urgente cambiar los modelos de uso de los recursos naturales e invertir más en investigación y ciencia.
Un año después, debemos reconocer el enorme y generoso esfuerzo que la profesión educativa y el personal no docente de las escuelas están haciendo para que las escuelas continúen siendo la base de una sociedad democrática sana, y lugares de construcción y amor por el saber. Y por eso, quiero manifestar desde estas humildes líneas no solo mi admiración y apoyo por todos los compañeros que habitan cada día las escuelas, y que siguen educando cada día con pasión, compromiso y a pesar de su agotamiento tras este año complicadísimo.
https://www.facebook.com/ColegioOficialdeDocentes/videos/134882745215147/
También me hago eco de la candidatura presentada por el Colegio Oficial de Docentes de Madrid para el premio Princesa de Asturias de la Concordia 2021 “en reconocimiento a la valiosa labor de los docentes frente a la COVID”, para agradecer su esfuerzo, dedicación y adaptación al cambio siempre y, sobre todo, durante la pandemia. Espero que os unáis a este reconocimiento, presentando vuestro apoyo personal o institucional a través de este enlace:
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