En España, el 48% de los municipios actuales tiene una densidad de población inferior a 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado, umbral a partir del cual la Unión Europea considera que la densidad es baja. De 2011 a 2017, casi el 62% de las localidades españolas perdieron vecinos, según datos del Comisionado del Gobierno frente al Reto Demográfico. Detrás de esta agonía del mundo rural español hay muchos factores interrelacionados, complejos de analizar. En este post reflexionamos sobre el papel que puede tener el cierre de las escuelas rurales en la progresiva pérdida de habitantes de la “España vaciada”, centrándonos en el caso que conocemos más de cerca: el de Castilla y León.

Desde hace años paso mis vacaciones de agosto en un pueblo de Castilla y León de menos de 200 habitantes. Es el pueblo natal de mi abuelo, donde pasaba los estíos de mi infancia bañándome en las pozas del río, cogiendo moras, cazando ranas y tirándome en bicicleta por las numerosas cuestas del municipio. Mis hijos han tenido la suerte de poder experimentar sensaciones muy similares durante los veranos de su infancia y adolescencia, aunque ya no asistan al nacimiento de un ternero y no vean a su abuelo volver con un retel lleno de cangrejos de río capturados al caer la tarde. Hubo vertidos en el río que los hicieron desaparecer, y ahora poco a poco se van recuperando…. El progreso no siempre nos hace progresar.
Mis amigos de hoy son, en muchos casos, los niños que crecieron conmigo. Tienen hijos de edades cercanas a la de los míos y mientras charlamos tomando algo en el bar del plantío del pueblo, contemplamos con satisfacción cómo nuestros vástagos siguen las tradiciones veraniegas: cómo forman entre todos una gran cuadrilla intergeneracional, en la que los mayores cuidan de los más pequeños; cómo organizan torneos de tenis o de fútbol, cómo pasan las tardes de agosto construyendo cabañas (o casetas, como ellos las llaman) con maderas y ramas entre los arbustos a orillas del río; cómo le dan al pedal o comen pipas sentados en un banco, felizmente lejos, al menos durante estos días, de las pantallas que el resto del año les acompañan más de lo que desearíamos todos los adultos.
Algunos de estos padres que charlan conmigo ocuparon todavía las aulas de la antigua escuela rural que se cerró definitivamente a principios de la década de los 90, cuando ya estaban instauradas las políticas de CRA (Centros Rurales Agrupados) en esta Comunidad Autónoma. Ninguno de ellos -repito, ninguno- reside actualmente durante todo el año en el pueblo.
La España vaciada y su problemática
En los últimos meses se ha hablado mucho de la España vacía, o como yo escojo utilizar, la España vaciada. Este último término, el de “vaciada”, es el que están usando colectivos de la España rural para denunciar el abandono al que, según dicen, les están sometiendo desde el gobierno central y los distintos gobiernos autonómicos, por la merma de atención y recursos dedicados a sus territorios. El 31 de marzo del 2019 se organizó una primera gran manifestación de la España vaciada en Madrid. No sé hasta qué punto los habitantes de la gran urbe madrileña eran conscientes de los problemas a los que se enfrentan diariamente las gentes que viven en estas áreas rurales. Yo he sido testigo de cómo progresivamente las condiciones empeoraban desde mi niñez hasta la vida adulta.
España, que cuenta con una densidad media de población de 92 habitantes por kilómetro cuadrado, tiene sin embargo al 95% de su población arracimada en aproximadamente el 30% del territorio.
La despoblación de las zonas rurales en España y el éxodo masivo a las grandes ciudades es evidente. No es que pierdan población los pueblos, es que también pierden habitantes las capitales de provincia. La zona en la que está el pueblo con el que he comenzado este post no es de las peores: según la investigadora Pilar Burillo, que ha cartografiado la España vaciada, nuestro pueblo, emplazado en una de las 10 zonas menos densamente pobladas de España (las tierras del Duero) tiene aún una densidad media de 10,96 habitantes, como se puede ver en este estudio presentado en 2018. No sé si es mucho consuelo pensar que aún estamos lejos de la llamada “Serranía Celtibérica” (Soria y Teruel) la interregión que comparte con Laponia el dudoso honor de tener una densidad inferior a 8 hab/km2. Soy muy consciente de que la evolución demográfica de este lugar es muy negativa. Es una involución, más bien. De los 486 habitantes que el pueblo tenía en 1960, hemos pasado a los 196 actuales. No puedo parar de pensar en la aseveración que el padre de una buena amiga de aquí me hizo hace poco: “El pueblo se muere. En el invierno, quedamos aquí cuatro viejos”. No sé si el pueblo se muere, yo lo siento muy vivo (aunque de otro modo) pero lo que sí es cierto es que este vergel natural, rico en agua y recursos, es un erial de habitantes.

Cuando se habla de despoblación, son muchos y muy complejos los factores que hay que tener en cuenta y, como decía en este artículo María Isabel González, uno de los problemas fundamentales es quién ostenta el “poder narrativo”, quién cuenta la historia de los pueblos. “Al medio rural lo han reducido desde las ciudades a un espacio vacío, bucólico, sin esfuerzo y de desconexión de fin de semana”. Hay que analizar las razones profundas de por qué los que se van de los pueblos, en muchas ocasiones, no vuelven nunca, o con suerte, lo hacen en su jubilación buscando un lugar más barato para vivir.
Una de las razones de más peso es, como vienen denunciando muchas plataformas, el abandono y la falta de inversión en infraestructuras (incluyendo las infraestructuras digitales) por parte de la Administración. Como decía en ese mismo artículo María Isabel González,
“Si se cierran centros de salud (que no digo hospitales), escuelas, si no se acondicionan carreteras para facilitar la circulación y la comunicación con otras zonas más grandes, no se dan alicientes a asociaciones para que vayan a hacer actividades culturales y de ocio con ancianos y niños o no se dan facilidades a personas que desean montar una tienda o una farmacia en un pueblo, la gente se marcha.”
Un poco de historia sobre las políticas educativas del mundo rural español.
Volviendo al tema educativo del que trata este blog, la escuela del pueblo se cerró durante unos años en la década de los 80, aunque luego se reabrió durante un breve espacio de tiempo, para volver a echar el cierre definitivo a principios de los 90. Una de las últimas niñas que disfrutó de ella, hoy adulta, lleva ya años viviendo en el extranjero: se acaba de mudar a Delf, Holanda. Pero la política de agrupaciones escolares apareció en España mucho antes, con la reforma de 1970. Para que el lector se haga una idea, en lo que hoy es Castilla y León existían 5226 escuelas unitarias durante el curso 1969-70. En el curso 1978-79, ya se habían reducido drásticamente a 674, según el estudio de Noelia Morales Romo, publicado en la revista AGER, que se puede consultar aquí.
Para el lector poco habituado a esta terminología escolar, escuela unitaria era un centro rural único y mixto, normalmente atendido por un único maestro o profesor, con alumnos de varias edades que compartían una sola aula, a lo sumo dos. Y las razones por las que se produjo un descenso tan rápido de este tipo de escuela no eran demográficas, como nos podría suceder ahora. Estábamos en pleno baby boom. La reforma del 1970 planteó las agrupaciones escolares con criterios puramente socioecónomicos. Se buscaba un ahorro y mayor eficiencia de recursos, así como la creación de núcleos urbanos en el campo, provocando un éxodo rural desde los pequeños municipios a las cabeceras de las comarcas. En el caso de mi pueblo, en esa cabecera de comarca existieron hasta cuatro escuelas, de las que hoy hay dos cerradas.
Pero ya entonces los cálculos de la administración fueron erróneos, como explicaba Marina Subirats en un trabajo publicado en el libro “Educación y Sociología en España” en 1987:
El ahorro consistía principalmente en los sueldos de los maestros de las escuelas unitarias de pocos niños; al aumentar la ratio se amortizaba mejor el sueldo. No obstante, la concentración generó sus propios gastos, y la ley preveía la gratuidad del transporte y del comedor. Y ahí reside el fallo económico de la concentración, ya que estos gastos crecieron proporcionalmente más deprisa que los sueldos de los maestros (Subirats, 1987: 37).
Varios trabajos de investigación más, citados por Morales Romo, denunciaban en los 80 que el cierre de las escuelas unitarias suponía un franco deterioro para las condiciones de vida de los pequeños municipios, sin mejorar significativamente la calidad de la enseñanza ni de los servicios, a pesar de las ventajas que teóricamente se les presuponía. Hubo una serie de problemáticas comunes en este tipo de centros al iniciar su andadura: deficiencias en edificios y materiales, desajustes en la organización interna, y las condiciones en las que se realizaba el transporte escolar –deficiente y desigual–, algo también extensible a la calidad del comedor escolar. Una de mis amigas del pueblo, que en su día se desplazaba a la cabecera de la comarca, me contaba cómo una misma ruta de autobús hacía dos largos viajes para recoger a los niños de diversos pueblos de la comarca, distantes entre sí, y que el modo “justo” que la administración encontró para no perjudicar a unos y a otros era que en las semanas pares la ruta tenía un horario, y en las impares otro. “Una semana nos hacían madrugar mucho y nos dejaban a nosotros en el colegio muy temprano, saliendo inmediatamente a buscar a los niños del otro valle, y a la semana siguiente era a nuestros compañeros a los que tocaba madrugar”. Estos problemas que existieron en los albores de las agrupaciones escolares se han ido paliando con el tiempo, y hoy en día son mucho menores. En los trabajos que he consultado para escribir este post, se reconoce también que la llegada de los CRA supuso una mayor eficiencia en centralizar administrativamente las tareas y funciones burocráticas y descargar de muchas funciones no docentes a las que se veían sometidos los profesores de escuelas unitarias, además de permitirles vivir en poblaciones mayores, con menos tiempo dedicado al transporte, mayor contacto con los colegas de profesión, más medios y formación a su disposición, y una distribución por niveles educativos que les facilitaba la tarea docente y permitía la mayor especialización de los saberes.
La escuela rural hoy
Es evidente que las condiciones sociales y económicas de la actualidad poco se parecen a las de la España de los 70 y los 80 que discutíamos en el párrafo anterior. Hoy el mundo rural sufre, aún más que las ciudades, el crack demográfico. En mi pueblo solo quedaban 4 niños en 2014 y hoy son todos ya adolescentes o preadolescentes. Que yo sepa, no han nacido niños en el pueblo en los últimos cinco años.

La larga crisis económica, de casi una década, que hemos sufrido en España ha contribuido en gran medida a la despoblación de las áreas rurales, que en el caso de mi zona ya venía históricamente agravado por el cierre de las minas de carbón y empresas relacionadas con esa actividad, y la falta de puestos de trabajo que obligaba a las familias a la emigración casi forzosa mucho antes de la crisis que comenzó en el 2008. Ya comentaba al principio que las causas son muchas, complejas e interrelacionadas. Los recortes aplicados desde el año 2012 han afectado sin duda al conjunto del sistema educativo, que sufre un constante goteo de cierre de unidades en el medio rural, cuando suponen no sólo un servicio básico para los niños y sus familias, sino un elemento vertebrador de la sociedad y un acicate básico para luchar contra la despoblación y revitalizar el mundo rural. Como ya he comentado antes, en la cabecera de mi valle, donde se constituyeron las agrupaciones escolares de las que hablaba, han cerrado en las últimas décadas dos de las escuelas existentes entonces. Me queda el consuelo de que a uno de los edificios se le ha dado un uso civil, y hoy es una residencia de ancianos. Pero otro de los edificios está cerrado a cal y canto y en un evidente abandono. Y, como diría Unamuno, “me duele (esa) España” que deja morir las escuelas.
A pesar de esta realidad, los dirigentes de esta tierra han sacado pecho en este tiempo: el sistema educativo de la comunidad se ha situado a la cabeza del país y entre los primeros de Europa en resultados académicos según último informe PISA, no existiendo diferencias significativas entre las escuelas rurales y las de ciudades o capitales de provincia. Defienden así su gestión educativa de los últimos años. Pero, como ya decíamos es este otro post no toda la transformación educativa que la sociedad necesita actualmente la puede medir PISA.
Lo que está claro a estas alturas es que tenemos un obvio problema de despoblación sobre el que Europa nos ha llamado la atención, y para el que se están buscando soluciones; como por ejemplo, el movimiento europeo StartUp Village, al que ya se han subido algunos municipios de Castilla y León, como el de Villahoz, y el cierre de escuelas no ayuda precisamente a enfrentar el problema. Ningún emprendedor que se plantee tener hijos querrá hacerlo en un lugar sin escuela.
Personalmente, defiendo la postura de que los niños tienen derecho a recibir una educación de máxima calidad sin desarraigarlos de su medio. Y creo que los políticos también empiezan a ser conscientes de que lo que valía en tiempos de bonanza demográfica, no nos sirve ya. En febrero de 2019, antes de las últimas elecciones autonómicas, tuvo lugar un Foro Autonómico de Educación organizado en León. El actual presidente de la Comunidad, Alfonso Fernández Mañueco, defendió allí un plan educativo pionero para el medio rural que flexibilizará la ratio mínima de cuatro alumnos para mantener abiertas las escuelas en los pueblos más pequeños, y que busca extender el derecho de transporte gratuito a alumnos de Bachillerato y FP. Además se favorecerá el bilingüismo en las escuelas rurales, y se trabajará por la implementación y conectividad digital para que todas las escuelas tengan banda ancha. Espero de corazón que estas medidas se cumplan. No quiero restarle mérito al esfuerzo económico que está haciendo la Junta de Castilla y León con semejante plan, pero también quiero denunciar desde aquí lo que me han contado maestros funcionarios de la educación pública de esta tierra, alumnos míos en el posgrado que Educando tiene en la universidad. Me dicen que han intentado conseguir recursos para innovar en sus escuelas rurales, y que alguno de sus inspectores les han dicho “no te molestes; tenemos orden de no invertir más en esa escuela y cerrarla de aquí a X años. No es rentable”.
El criterio para mantener una escuela (o una región entera) viva no puede ser únicamente de rentabilidad económica. Como recordaban nuestros amigos de MIAC en este post la escuela rural es un lugar donde los niños (y muchos profes) son más felices. Dejemos de pensar en lo puramente económico y pongamos de una vez en valor a las personas. En un momento en que estamos pidiendo a gritos ratios bajas, mayor individualización en la enseñanza y aprendizajes más interrelacionados y transversales, la escuela rural supone una mayor flexibilidad y autonomía en la enseñanza y una mayor implicación con el entorno físico y social, lo que a su vez favorecerá a la revitalización del medio rural. A eso le podemos sumar el que no habría necesidad de transporte escolar (lo que trabaja a favor de la sostenibilidad) y se generarían mayores vínculos entre los propios niños y los adultos.
A las administraciones habría igualmente que recordarles que se debe invertir en conciliación familiar, laboral y educativa como garante de una sociedad feliz y productiva. Por poner un ejemplo, en la actualidad la Junta de Castilla y León ofrece, además del programa “Tardes del cole”, el denominado “Programa Madrugadores”, por el que los centros escolares adheridos abren sus puertas hasta 90 minutos antes del comienzo del horario lectivo, facilitando a los progenitores compatibilizar su jornada laboral con el cuidado de los pequeños. Sin embargo, este programa se desarrolla en colegios más grandes, pero es casi imposible su puesta en marcha en municipios más pequeños, dado que se exige como requisito para su implantación un mínimo de diez alumnos, algo muy complicado en la mayoría de los colegios rurales.
El brote verde de la esperanza: redes para defender la escuela rural e innovación
Quiero cerrar este post de modo esperanzador, recogiendo algunas iniciativas que defienden la vitalidad de la educación en áreas rurales. Pido disculpas a todos aquellos proyectos a los que, por cuestiones de espacio o desconocimiento, no puedo citar, y a los que invito a contarnos sobre sus avances en el Blog de Educando.

He podido encontrar mucha información para este post en el magnífico portal (http://escuelarural.net), que ofrece un nutrido banco de recursos; un foro en el que familias interesadas en este tipo de escuelas pueden buscar datos; una sección de noticias muy actualizadas, así como a convocatorias oficiales, encuentros y jornadas diversas sobre la escuela rural por toda España. El portal tiene segmentada la información por territorios, por temas y por tipos de actividad. Ofrece también enlaces a los sitios web de numerosas plataformas que luchan por una escuela rural de calidad, de entre los que me gustaría destacar el proyecto “Aulas enraizadas”.
Otros proyectos que tienen que ver con la educación y la revitalización de la España vaciada se dan en el ámbito informal, como la comunidad de aprendizaje científico “Espiciencia” impulsada y dirigida por la doctora en química agrícola Bárbara de Aymerich, que arranca en 2010 en el pueblo de Espinosa de los Monteros, en la zona conocida como las Merindades, al norte de la provincia de Burgos. El proyecto no deja de acumular premios y brilla con luz propia en eventos internacionales, además de contribuir de modo destacable la idea de “generar red comarcal”. Espiciencia comenzó con seis chavales en 2010 y ha cerrado 2018 con más de un centenar, extendiendo sus clases a otros pueblos. No cabe duda de que la iniciativa se ha consolidado, y hoy en día tienen un programa de radio semanal y una sección mensual en el periódico “Crónica de las Merindades”. Bárbara de Aymerich ha demostrado con creces que ser creativo en educación puede contribuir a que la España vaciada no esté tan vacía.
Los jóvenes también están peleando porque la educación en las zonas rurales se revitalice, y están uniendo esta lucha a la del desarrollo sostenible. Para cerrar este post, me gustaría mencionar el caso de Alejandro Quecedo, presidente de la junta juvenil de SEO Birdlife. Este joven burgalés del pueblo de Briviesca ha impulsado la existencia de las Becas Eduardo de Juana de ayuda a la investigación y la conservación de las aves, dirigidas a estudiantes de entre 15 y 18 años matriculados en centros educativos españoles. Para Alejandro, es muy importante que “los estudiantes salgan a la naturaleza, conozcan de primera mano su hogar y los problemas de su entorno y participen en la búsqueda de soluciones”, implicando además a las escuelas. Por cierto, Alejandro será el año que viene estudiante de UWC RCN, la escuela de la que os hablábamos en este vídeo de nuestro canal educativo.
Como puede ver el lector, la escuela y el mundo rural están muy vivos. Por cierto, quiero agradecer públicamente al nuevo alcalde del pueblo con el que comenzaba este largo post. Por primera vez en décadas, ha abierto este mes de agosto el antiguo edificio de las escuelas a los jóvenes que pasan su verano o fines de semana en el pueblo, con el fin de usarlas como lugar de ocio y encuentro. Ojalá las risas de los chicos de hoy, que siguen los ecos de las risas del pasado, signifiquen, algún día, un renacimiento de este pequeño mundo.
Referencia bibliográfica. Subirats, M. (1987): “Escuela y medio rural”, en C. Lerena (ed.). Educación y Sociología en España, Madrid, Akal.
En mi pueblo, Torrecilla de Alcañiz (Teruel), hace un tiempo que el ayuntamiento ofrece casa gratis a familias con la única condición de que matriculen y lleven a sus hijos a la escuela del pueblo, para no bajar del número mínimo de alumnos y que no cierren, mientras algunos padres de allí prefieren llevarles a diario a colegios “normales” de pueblos vecinos.
Muchas gracias por tu aportación. Es una excelente idea para revitalizar la España Vaciada