Ahora y aquí. Ejercicio de perspectivismo.
22 de abril de 2020. Día de la Tierra. Comienzo a escribir este post cuando en España ya estamos a punto de comenzar la sexta semana de confinamiento por el COVID-19. Incluso con un esfuerzo enorme y autodisciplina para continuar con una vida organizada, productiva y “normal”, es complicado evadirse de la omnipresencia del tema. La pandemia y sus efectos están por todas partes: las previsiones de recesión económica para España de un 12% -o más-; las noticias y análisis en la radio, la televisión y las redes sociales, las conversaciones por teléfono, Whatsapp o videoconferencia con nuestros seres queridos y amigos; las polémicas sobre las medidas adoptadas por el gobierno nacional o los gobiernos autonómicos; si se debe o no permitir el parcial desconfinamiento de los más pequeños y en qué términos se debe hacer; y lo más duro de encajar: las muertes de personas cercanas y la imposibilidad física de acompañar en el duelo a los que sufren. En España no acabamos de doblegar la dichosa curva, se mantiene aún alto el número de nuevos casos y no parece que la “inmunidad de rebaño” sea todavía lo suficientemente elevada como para permitir que volvamos a una “relativa” normalidad. No acabamos de vislumbrar el final del túnel….

Pienso mientras escribo que las epidemias tienen que volver cada cierto tiempo a mostrarnos nuestra vulnerabilidad. No somos dioses ni estamos por encima de la Naturaleza ni de Gaia, la Madre Tierra, aunque nos lo creamos. Aunque los avances de la Ciencia desde mediados del siglo XX hayan sido espectaculares. Aunque hayamos podido borrar de la faz de la Tierra algo tan peligroso como fue antaño la viruela, considerada oficialmente erradicada por la OMS en 1980, tras una colaboración mundial sin precedentes y una campaña que había empezado solo unos años antes, en 1966. Esa misma viruela que llegó al México de los aztecas en marzo de 1520, cuando la población total era de 22 millones de habitantes, y en diciembre de 1520 ya había hecho descender el censo a 14 millones, en 1580 a dos millones, y a millón y medio de habitantes en 1620. Al lado de estas cifras, los 182.000 fallecidos en todo el mundo por COVID-19, de un total de población de 7.700 millones de personas me resultan, en comparación, menos dolorosas, incluso si detrás de alguna de esas muertes están rostros de amigos y conocidos que lloran la pérdida de los suyos….Sigo reflexionando y recuerdo el dato de Yuval Harari que leí hace unos días en su libro Homo Deus: en 2012, un millón y medio de personas murieron por diabetes en el mundo. Concluye Harari: el azúcar es, actualmente, mucho más mortífero que la pólvora.
En este tiempo de encierro obligatorio, he intentado leer y buscar datos que me ayuden a tomar perspectiva. No me permito caer en el derrotismo ni en visiones pesimistas. Aunque todos sentimos esta crisis como un impasse que marcará un antes y un después, yo prefiero considerar el momento que nos ha tocado vivir globalmente, un mero instante dentro del “minuto” de la historia de la Humanidad y una nimiedad del tiempo transcurrido desde el Big Bang y la creación de la Tierra. Pienso que los patógenos llevan cuatro mil millones de años infectando otros organismos, y nosotros estamos hablando de menos de un año para desarrollar una vacuna. Me aferro a la idea de que la Ciencia va a correr más rápido que el virus, que la comunidad científica ha producido en estos últimos meses ingentes cantidades de publicaciones científicas y estudios de caso, como contaba en este otro post de hace unos días.
Duele mucho ahora, pero vamos a salir de esta. Yo espero (como indica su etimología, desde la esperanza) que salgamos bien reseteados. Y la siguiente pregunta que me hago es: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Se podría haber evitado esto?
¿Cómo hemos llegado hasta este momento?
Entre los muchos análisis que he leído estos días, así como en conversaciones mantenidas con unos y con otros, se repetía un mantra: “¿quién iba a imaginar, hace unos meses, lo que estaba por venir? La pandemia era, para muchos, lo que Nassim Taleb etiquetó en su libro de 2007 como “cisne negro”.

Este profesor del Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York, NYU, acuñó esta metáfora para describir los eventos de alto impacto que son imposibles de predecir por lo extraño desde el punto de vista sociohistórico, y por no poderse utilizar la estadística para predecir su probabilidad mediante métodos financieros, científicos y tecnológicos. A esta idea la bautizó como “la indecidibilidad estadística”. Sin embargo, el mismo Taleb ha declarado que le irrita sobremanera que la gente use su metáfora del cisne negro para referirse a la pandemia, como podemos ver en este artículo.
En realidad, dice Taleb, la pandemia se veía venir claramente, pero no hemos hecho ni caso. Bill Gates predijo que algo así iba a suceder en una famosísima TED Talk de 2015.
Las últimas declaraciones de Inger Andersen, el responsable de Medio Ambiente de las Naciones Unidas, insisten en lo mismo: la pandemia no solo era predecible, sino que había sido anunciada por varios científicos, como el profesor Andrew Cunningham, de la sociedad zoológica de Londres, en 2007.
Hemos estado muy ciegos…. Antes del COVID-19 hemos tenido un rosario de desastres sanitarios causados por patógenos, como el SIDA, que ha matado a 30 millones de personas desde principios de la década de 1980, el dengue entre 2006 y 2013 en Argentina y Paraguay; el cólera en Haití o en Yemen en 2016; el SARS de 2012 en Oriente Medio , el ébola africano en 2014 , el zika en 2015 en Brasil, Centroamérica y Caribe…
Ya comentaba en otro post anterior que lamentablemente se nos ha olvidado que somos organismos ecodependientes e interdependientes dentro de una biosfera donde los virus son fuente de variabilidad y motor de la evolución biológica y donde “todo está conectado con todo lo demás”, según la célebre primera ley de la ecología de Barry Commoner. Los expertos nos han avisado insistentemente de que la causa fundamental de la emergencia climática no radica tanto en cómo los hombres interactúan con la Naturaleza, sino en la forma en que interactuamos entre nosotros, y que, para resolver la crisis medioambiental, hay que resolver también los problemas de la pobreza, la injusticia racial y la guerra. De ahí que la Agenda 2030 no solo contemple cuestiones ambientales, sino objetivos de desarrollo como hambre cero, erradicación de la pobreza, reducción de la desigualdades o paz, justicia e instituciones sólidas. No podemos seguir negando la vulnerabilidad estructural en que viven la mayoría de las personas del Planeta.
Justo en base a esa primera ley de que “todo está conectado a todo lo demás”, es muy importante recordar que la proliferación de pandemias en el mundo va ligada a la pérdida de biodiversidad.
En este maravilloso vídeo, Fernando Valladares nos explica que el efecto protector de la naturaleza ante patógenos e infecciones se conoce desde antiguo, y que la ecóloga Felicia Keesing y sus colaboradores ya lo demostraron científicamente hace quince años, en un importante artículo publicado en la revista Nature.
Las zoonosis -cualquier enfermedad propia de los animales que incidentalmente puede comunicarse a las personas- como la que ha provocado esta pandemia son facilitadas por cambios en la diversidad de animales y plantas, que afectan a las posibilidades de que el patógeno entre en contacto con el ser humano y lo infecte. Esta otra investigación publicada por la UE en 2010 incide en la misma idea. la pérdida de biodiversidad es una gran amenaza para nuestra salud.
Valladares nos recuerda que estamos llevando a la vida salvaje a su sexta gran extinción, amenazando el futuro de un millón de especies, a un ritmo mil veces mayor que la tasa de extinción natural. Somos nosotros los que estamos empobreciendo y simplificando los ecosistemas, dejando solo las especies que nos interesan o incluso poniendo o, mejor, imponiendo, a aquellas que nos interesan, generando, y recojo sus palabras literalmente, “bosques que apenas nos protegen de las zoonosis. (…) La pandemia del coronavirus, como el 70% de las enfermedades emergentes de los últimos 40 años, la hemos provocado directa o indirectamente nosotros mismos. La culpa no es de murciélagos o pangolines, sino de nuestros nuevos hábitos globales en medio de una naturaleza que ya está simplificada y empobrecida, y que no cumple muchas de sus funciones. Que no cumple con nuestra protección, ahora que tanto la necesitamos”. Y pienso, al escucharlo, en la fabulosa serie documental de la BBC que he visto con mi familia durante este confinamiento, “Planeta Tierra”. Tardó 5 años en filmarse, se estrenó en 2006 y ya advertía entonces de la brutal velocidad con la que el ser humano estaba acabando con la biodiversidad. Por si alguno no la habéis visto, os dejo el enlace.
¿Estamos aprendiendo algo?
Muchos de mis amigos y familiares comentan en estos días sobre los efectos positivos que este parón mundial está teniendo sobre la Naturaleza. Necesitamos creer que todo este sacrificio humano, social y económico tiene que traer algo bueno. Nos congratulamos de que los cielos de nuestras ciudades estén más limpios y podamos ver en el horizonte las cumbres de las montañas. Aplaudimos porque las tortugas vuelven a anidar sin problemas en las playas vacías de India.
Y nos maravillamos de que los canales de Venecia estén tan limpios que se ven en ellos peces y medusas.
Incluso hemos vuelto a tener un mes de abril de los que nos hablaban el refranero y Antonio Machado: “son de abril las aguas mil”. Ha sido, según la AEMET, un 80% más lluvioso que la media y yo me pregunto si el parón generado por el COVID-19 y el descenso de la contaminación tendrán algo que ver en esto.
Pero los expertos en Medioambiente no son muy optimistas. Otros desastres humanos anteriores han tenido también un aparente efecto “positivo” en la Naturaleza, que luego ha habido que matizar. Pensemos en lo que sucedió con la zona radioactiva que quedó tras el desastre nuclear de Chernóbil. Hoy, la ciudad fantasma se ha convertido en un paraíso para la fauna…. aunque también se ha comprobado la pérdida de biodiversidad y que muchos animales han sufrido tumores y mutaciones.
Los expertos nos advierten de que las decisiones económicas y sociales que se tomen a la salida de la crisis podrían tener un peligroso efecto “rebote”. El petróleo no registraba precios tan bajos desde hace décadas, y el plan de China para relanzar su economía tras la crisis del coronavirus contempla construir más centrales de carbón… Dije que no iba a ser pesimista unos párrafos más arriba. Sin embargo, es complicado no serlo (dicen que un pesimista es un realista informado) al considerar estas cuestiones. ¿Dónde queda el objetivo 7 de los ODS de la Agenda 2030, el que habla de energía asequible y no contaminante?

Y es que, llegados a este punto de la pregunta ¿qué estamos aprendiendo de todo esto?, entran en juego los negacionismos del orden neoliberal a cuyo carro nos subimos alegremente en los 80, olvidando en gran parte las buenas intenciones y los acuerdos consensuados en la cumbre del clima en Estocolmo (1972). Obviar las advertencias de los expertos que hablaron por primera vez de cambio climático y el crecimiento económico muy poco sostenible que plantea el neoliberalismo han tenido resultados nefastos, entre los que están esta pandemia y sus consecuencias. El orden capitalista neoliberal ha mostrado claramente su incapacidad de construir un futuro inclusivo. El aumento descontrolado de la desigualdad ha creado un mundo en el que tan sólo 62 personas poseen tanta riqueza como 3.600 millones de personas, la mitad de la población mundial, según advierte Oxfam Intermón en su informe “Una economía al servicio del 1%”y la pandemia del COVID-19 puede hacer aumentar aún mucho más las inequidades mundiales, como avisa este otro artículo publicado en The Lancet.
Lejos de lo que ha dicho Trump, la pandemia no nos iguala. Quienes están pagando más caro los efectos del COVID-19 son los desprotegidos y los pobres. Resulta vergonzante escuchar el número de ancianos fallecidos en residencias italianas, francesas o españolas donde faltaban atención y recursos materiales y humanos; o constatar que el mayor porcentaje de muertos corresponde a ciudadanos negros en EEUU, como muestra este artículo.
Las políticas neoliberales han traído consigo el afán desmedido de lucro y la drástica reducción de la inversión (que no gasto) pública en Salud, Ciencia, y programas sociales que hubieran creado una sociedad más equitativa. Lo que está pasando en los hospitales de medio mundo nos lo grita a la cara.
Este interesante artículo nos recuerda que no se trata solo del nivel uno (negacionismo climático) o del nivel dos (negacionismo que rechaza que somos seres corporales, finitos, vulnerables, y que hemos desbordado los límites biofísicos del planeta Tierra), sino el nivel tres, que rechaza la gravedad real del momento actual y confía en poder hallar todavía soluciones dentro del sistema, sin desafiar al capitalismo.

A pesar de todos nuestro avances científicos del s. XX, la falta de solidaridad mundial es más dolorosa hoy que nunca. No somos capaces de gestionar este desaguisado. La mayoría de los mandatarios mundiales andan enfrentados (de los políticos de casa, mejor ni hablamos). Lo hemos visto en las noticias: países que requisan en sus fronteras los envíos de material sanitario que otros estados habían comprado; el bloqueo de los países ricos de la UE a la emisión de “coronabonos” que ayuden a la reconstrucción de los países “pobres” (a ver qué sale de la nueva cumbre que empieza el 23 de abril… ); o la reciente decisión de EEUU de retirarle sus fondos voluntarios a la OMS. Por doquier surgen noticias que han mostrado a las claras la falta de colaboración y coordinación a nivel planetario. No parece que estemos aprendiendo mucho, y esto ya viene de atrás…. Por poner solo un ejemplo, el Reglamento Sanitario Internacional, publicado en 2005, era el que supuestamente se iba a encargar de coordinar la respuesta a las pandemias. El ébola advirtió de la letalidad de no coordinarse adecuadamente…. Sin embargo, en esta crisis está claro que cada estado, región, comunidad autónoma e incluso municipio está actuando por su cuenta y citando o haciendo caso, solo si le conviene, a la OMS.
Y ojo, que otros peligros acechan si no nos esforzamos en una mirada y una toma de decisiones realmente global. La ONU advertía esta misma semana de una posible hambruna en el mundo, una “pandemia alimentaria” generada por la parálisis comercial que ha traído el coronavirus. Solo en España, he escuchado estos días cómo se ha perdido al menos la mitad de la cosecha de espárragos trigueros por no tener manos que la recojan (con lo que a mí me gustan…..).
Hace apenas unos días se publicó esta entrevista a un historiador que he venido citando ampliamente estos días en mis post: Yuval Harari. La entrevista gira en torno al COVID 19, la importancia de la cooperación internacional y nos recuerda que solo invirtiendo el 2% del PIB mundial podríamos parar un cambio climático catastrófico que nos traerá, seguro, nuevas y más letales pandemias. La tercera ley de la ecología de Barry Commoner recuerda que la naturaleza es la más sabia (o “la naturaleza sabe lo que hace”, traducción del inglés original “nature knows better”). Su configuración actual refleja unos cinco mil millones de años de evolución por «ensayo y error». Por ello los seres vivos y la composición química de la biosfera reflejan restricciones que limitan severamente su rango de variación. Esperemos no extinguirnos antes ni tener que llegar a lo que el científico Alan Weisman imaginó en el libro “El mundo sin nosotros”… Mi abuela, de casi 99 años, me decía estos días: “esto del COVID-19 es un enfado monumental de Dios, que nos quiere castigar por lo mal que nos portamos”. Ella ponía la responsabilidad de esta crisis en Dios. Quizás la Tierra ha mostrado a las claras su enfado con nosotros, que la tratamos tan mal… Yo tengo muy claro que la única responsabilidad de lo que pase en el futuro será nuestra. Así que somos nosotros quienes tenemos que arreglarlo. ¿Cómo? Con Educación.
La solución vendrá de repensar la Educación
«La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo», recuerda la muy citada frase de Nelson Mandela. También decía María Montessori que «Un niño, más que nadie, es un observador espontáneo de la naturaleza».
Defenderé hasta el final que la solución a todas las incertidumbres esbozadas en los párrafos anteriores pasa por repensar y redefinir la Educación y su papel como motor de cambio. ¿Qué tienen que aprender las nuevas generaciones? Entre otras muchas cuestiones (de ellas hablé en este otro post: https://evateba.com/los-desafios-de-la-educacion/) que la dicotomía ecología-economía es un constructo que no tiene por qué condicionar nuestro futuro a medio y largo plazo, dándonos a elegir entre una u otra. No tienen porqué ser dos conceptos excluyentes, sino las caras de la misma moneda: un futuro sostenible que nos traiga el anhelado bienestar de la Humanidad, después de tantos siglos de epidemias, guerras y hambrunas. Imposible no recordar ahora el maravilloso libro “Armas, gérmenes y acero” de Jared Diamond.
Hay proyectos educativos donde se han superado las dicotomías reduccionistas y donde hoy es real una educación sostenible y respetuosa con el medio, que practica el GLOCAL (Piensa en global, actúa en local); que utiliza la tecnología para producir soluciones, con aprendices empoderados para pensar críticamente y usar la indagación como forma de acceder al conocimiento significativo.
Dos de mis ejemplos favoritos son la Green School de Bali (https://www.greenschool.org/), que podemos ver en este vídeo:
O Red Cross Nordic, dentro de la red United World College
Si ellos han podido hacerlo ¿no podría el resto del sistema seguir caminos similares?
Hay que repensar entre todos formas nuevas de articular un currículo que cada vez se sobrecarga más de contenidos, descontextualizados de los retos y dilemas de nuestro tiempo. El currículo debe ser flexible y situacional. Una buena opción para repensar su organización y ponerlo al servicio de un mundo cada vez más global es la que plantea Lynn Erickson: currículos organizados a partir de conceptos universales, abstractos, valorados en distintas culturas y significativos independientemente del tiempo, del lugar y del espacio en que se trabajen, que permitan la transferencia de los aprendizajes y la indagación profunda del aprendiz, para que la pregunta y la curiosidad sean el eje principal de organización curricular y permitir el circuito DAS (Deseo-Acción-Satisfacción por aprender). Con respecto al modo en que el saber está organizado, hoy vemos que los problemas y los retos del siglo XXI conllevan aspectos interdependendientes y cada vez nos parece menos útil compartimentar el conocimiento en asignaturas y saberes atomizados. Por eso defendemos la sinergia entre saberes y transdisciplinariedad, dentro de un marco humanista.
Por otro lado, hay que tener en cuenta dos factores complementarios: primero, la ubicuidad de la información (casi todo está ya a golpe de tecla y a través del acceso a Internet) y segundo, la curva de obsolescencia del conocimiento humano, que va cada vez más rápido y nos obliga a actualizarnos de modo constante. Si hace unas décadas adquiríamos el 80% de nuestro conocimiento en el 20% inicial de nuestras vidas, ahora deberemos pasar el 80% de nuestra vida adquiriendo y descartando conocimiento. La ecuación se ha invertido. En ese sentido, insistimos en la idea de que es más útil trabajar a partir de unos pocos conceptos que ayuden al alumno a indagar, y no tanto el empeño de trabajar superficialmente muchos contenidos.
Este post comenzaba hablando de cómo hemos llegado al estado actual por culpa de la pérdida de biodiversidad, y cómo la educación tiene que cambiar esto. Y es que ¿podemos seguir permitiéndonos una educación en la que la sostenibilidad o los 17 ODS de la Agenda 2030 ocupen un lugar marginal? ¿Podemos darnos el dudoso lujo de tener escuelas donde, a pesar de la presencia de certificaciones ambientales como la ISO 14001 o las llamadas Escuelas Verdes, tanto niños como adultos hacen barbaridades como dejarse luces y pizarras digitales encendidas, grifos abiertos, utilizar muchas más fotocopias de las necesarias, dejar abandonados cuadernos en que prácticamente se han usado una o dos hojas? ¿Sigue pareciendo normal que en algunos centros universitarios en los que desarrollo mi labor, la calefacción esté tan alta en pleno invierno que tienes que estar casi en manga corta? ¿Que haya centros donde algunos profesores (cada vez menos, es de justicia decirlo) prefieren dedicar su tiempo a enseñar ecuaciones o sintaxis que a analizar con sus alumnos cómo ha llegado el Mar Menor, la mayor laguna salada del mundo, a una situación de no retorno?
Las escuelas tienen que trabajar decididamente por los 17 ODS. Como decimos en Educando, es “Una Urgencia Educativa”.
De entre ellos, los Objetivos 7 (energía asequible y no contaminante), 13 (acción por el clima), 14 (vida submarina) y 15 (vida y ecosistemas terrestres) están más íntimamente ligados a esta pérdida de biodiversidad culpable, en última instancia, de la crisis sanitaria (y económica. y ética, y educativa, y social..) que estamos viviendo hoy.
¿Llegaremos a un nuevo Ten Years Challenge en buena forma?
No sé si el lector recordará que durante las últimas semanas del 2019 (qué lejanas parecen ahora) se viralizó en redes sociales un reto, el ten years challenge. La gente colgaba su foto del año 2009 y al lado una foto reciente de 2019. Había que admirar lo estupendos que estábamos antes de pasar a la nueva década. Cuánto nos gusta el postureo. Greenpeace y otras organizaciones en defensa de la biodiversidad aprovecharon la ocasión muy sabiamente para poner el acento en la degradación medioambiental y alertarnos del ritmo brutal de pérdida de recursos naturales en solo 10 años.


La campaña, con fotos muy duras, nos recuerda que es mucho más importante cuidar desde YA nuestro tesoro más preciado que tener una arruga más o menos en el rostro… La pandemia del COVID-19 es una prueba más de cuán urgente es educar para otro mundo.
Espero desde aquí que nos tomemos las cosas en serio y que esta vez no se cumpla lo que nos advertía el historiador de la medicina Charles Rosenberg: las epidemias tienen un ciclo que empieza por la negación, pasa por la resignación y acaba en el olvido. Uno de los peores peligros a los que se enfrenta la Humanidad no es solamente que se extienda aún más globalmente el COVID-19, y que se intensifiquen sus desastrosas consecuencias. Lo peor que nos puede suceder es que sigamos permitiendo a los mandatarios mundiales ignorar la inversión en ciencia y la salud pública; que se pierda esta oportunidad para reforzar la coordinación y la labor de instituciones mundiales como la ONU, la OMS, la FAO y la UNESCO, y que nos perdamos en respuestas fragmentadas e insuficientes que nos dejen de nuevo a merced de la recurrencia de la próxima epidemia.
Necesitamos una educación hoy que nos permita construir ese futuro de bienestar y sostenibilidad. Una educación de verdadera calidad, que llegue a todos, que no deje a nadie detrás, que evite la desigualad sistémica que hace que los más pobres queden mucho más expuestos a desastres como este del COVID-19. Una educación que capacite para el pensamiento creativo y crítico y que desarrolle la resolución de problemas complejos e inesperados, porque si esta pandemia era un cisne blanco que se podría haber evitado, ¿qué será de nosotros cuando lleguen los verdaderos “cisnes negros”?
Leo el post y solo me viene a la cabeza buscar una solución… Pero, ¿cómo buscar una solución si somos tan egoístas? Nos encanta estar a la última en todo, tener todo tipo de lujos y nos olvidamos de «sacudirnos» las cabezas de vez en cuando. En definitiva, no nos paramos a pensar. Todo lo que supere los 30 segundos lo desechamos. Desgraciadamente, hemos cambiado las charlas TED por los TiKToK.
Así que repito la misma pregunta, ¿cómo buscar una solución si somos tan egoístas? Yo, por lo pronto, preguntaré mañana a mis alumnos posibles soluciones al presente y al futuro. Estoy convencido de que serán capaces de darme más soluciones que problemas veo yo. Por ahí pasa todo. Por ellos.
Un abrazo y gran post!
Gracias, Fernando. Creo que el cambio tiene que venir de los pequeños detalles que cada uno podamos ir incorporando en nuestro día a día, porque sin convencimiento no hay cambio posible. Y ellos, esos alumnos que nos mencionas, serán nuestra verdadera salvación. Son las nuevas generaciones las que quieren vivir en un mundo más ecocéntrico y más simple, sin tantos lujos destructivos para nuestro porvenir inmediato. Un abrazo.