Reflexionar y debatir sobre la escucha activa en educación ha sido la temática central escogida para esta segunda edición de la jornada “Para mirarte mejor”. Las ponencias que compartimos con los casi 1400 asistentes presenciales y los 500 que asistían a través de streaming nos invitaron a debatir sobre el poder de la mirada y la escucha, comprender el proceso de evaluación formativa, fomentar la participación real de la infancia, enseñar a los niños y niñas a conectar con los ritmos de la naturaleza y, sobre todo, a escuchar para y desde el respeto que, como recordaba Erik Fromm en El arte de amar, proviene de respicere, “mirar para ver a la otra persona tal cual es”.
Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere=mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es.
La alegría de reencontrarse para celebrar la pasión de educar
Eran las nueve menos cuarto de un sábado de puente festivo. En muchas comunidades autónomas se celebra el Carnaval o la Semana Blanca y en el calendario escolar, el viernes anterior o el lunes posterior al fin de semana se consideran días no lectivos. Lo esperable hubiera sido que muchos docentes, agotados tras dos años de pandemia, de concentración y cuidado para y por su alumnado, hubieran tomado estos tres o cuatro días como unas breves vacaciones para recuperar el resuello. Pero la pasión de educar no tiene límites y al llegar al Palacio de Congresos de Valencia, Andrés Fuentes (director general de Educando) y yo pudimos comprobar que los alrededores del edificio estaban llenos de docentes que se abrazaban, se hacían fotos, sonreían, a pesar de que la mañana era nublada y muchos habían madrugado para acudir al evento desde diversos puntos de la geografía levantina, e incluso desde otros lugares de España. Tuvimos la misma sensación de euforia por los reencuentros presenciales que ya habíamos experimentado como ponentes en las JECS – Jornadas para una Educación con Sentido, el pasado junio 2021. Tras casi dos años de abuso de lo virtual y de las pantallas, en formato webinars y videoconferencias, se notan las ganas de retomar esos eventos “en vivo y en directo”, que la pandemia había obligado a posponer. Han pasado casi tres años desde la jornada anterior, de la que dimos cuenta en este post, pero la ilusión de los que forman La Pizarra no ha disminuido un ápice. Y esta que escribe, mientras va acumulando años y experiencia, percibiendo en ocasiones cómo se drena la energía en el empeño de la Educación con Sentido, lo agradece profundamente.
Un muro que derribar
Tras acreditarnos y tomar posiciones en los asientos que la organización nos había reservado (casi en primera línea en el patio de butacas, para no perder ni un detalle de lo que iba a suceder allí) lo primero que llamó mi atención fue el simbolismo de un muro construido con cajas. Ese muro de lo que impide la educación que queremos, ese muro que debemos derribar, como recordaba el tema de Pink Floyd Another brick in the wall, que sonó más tarde en la intervención de Patricia Vicente, de la que hablaré más adelante en este post. Un muro en el cual se podían leer las palabras “prisa”, “automatismo”, “burocracia”, “pantallas” “redes sociales”, y esa otra que lleva sin aparecer en las leyes educativas españolas tanto tiempo (os reto a que lo probéis) pero que parece obsesionar a buena parte del gremio docente. “Temario”. Un muro que se fue destruyendo a medida que iba pasando la jornada, pero que sigue ahí en muchas realidades escolares y del que nos debemos preocupar y ocupar entre todos.
Visibilizando la inclusión
De repente llegan instrucciones por megafonía. Va a producirse el acto de inauguración. A los asistentes se nos pedía comenzar la mañana cubriéndonos los ojos con un antifaz y experimentar así lo que se siente cuando te falta uno de los sentidos que más información nos aporta en la escuela, la vista. Aguzando entonces el resto de nuestros canales de percepción, escuchamos una voz femenina que daba instrucciones sobre pasos de ballet clásico. Cuando por fin se nos permitió descubrir nuestros ojos, nos encontramos con un abigarrado grupo de bailarinas entre las que había niñas con diversidad funcional motora, que bailaban desde su silla de ruedas, y otras con diversidad funcional cognitiva.
Todas ellas pertenecen a la Asociación BalletVale+, que con la ayuda de la Escuela de Danza Esther Mortes pone la danza al servicio de derribar la primera de las barreras de la que deberíamos ocuparnos todos: la mental. Esa barrera que aún no permite la inclusión real y normalizada en muchas escuelas ni en la misma sociedad, porque nos cuesta entender algo tan sencillo como que todos podemos disfrutar del arte y del movimiento para aprender y relacionarnos con los demás. Si queréis saber más de este precioso proyecto, de su documental “Siete Leguas” y de su guía de trabajo para la danza inclusiva, aquí tenéis su sitio web.
No más llamadas perdidas: trabajando para la escucha y la participación de la infancia y la adolescencia
Tras el acto de inauguración a cargo de BalletVale+, llegó el emocionado agradecimiento a los asistentes de Beatriz Villarreal, fundadora, junto a Sergio Verbena, de La Pizarra. Bea nos recordó de nuevo la importancia de construir una Educación con Sentido desde el amor y el respeto a la verdadera esencia de la niñez, poniendo el foco en que “eso va sobre todo de ser buenas personas, para educar buenas personas”.
Las siguientes intervenciones insistieron en la importancia de dedicar más recursos a la defensa y protección de niños y jóvenes desprotegidos. Nos sorprendió la energía a borbotones de Rosa Molero Mañes, directora general de infancia y adolescencia de la Consejería de Igualdad y políticas inclusivas de la Comunidad Valenciana, clamando por más inversión de las administraciones para proyectos de inclusión. Rosa también recordó la importancia de una mayor escucha y participación democrática de los interesados, los niños, niñas y adolescentes, cuando se trata de legislar para ellos.
Inmediatamente después nos puso el corazón en un puño la intervención de Teresa Martínez, de Fundación ANAR. Teresa nos habló de la labor que esta entidad realiza desde hace 50 años con niños, niñas y adolescentes en situación de riesgo y desamparo y de su teléfono/chat ANAR (900 202 010) para atender las peticiones de auxilio, llamadas que lamentablemente han aumentado durante los últimos tiempos.
Desde aquí también queremos visibilizar la magnífica labor social que realizan los muchos voluntarios de entidades como ANAR y damos las gracias a La Pizarra por donar 1 euro de cada entrada a esta jornada, para impulsar y hacer posibles las diferentes líneas de apoyo a la niñez y adolescencia de esta Fundación.
Con una elocuente imagen a sus espaldas de terminales de teléfono descolgadas, Rebeca Villalba, directora pedagógica de La Pizarra, nos recordó también que no podemos permitirnos más llamadas perdidas de los niños y niñas, ni por las prisas, ni por la falta de escucha activa, o por tener nuestras cabezas de adultos llenas de nuestro propio ruido. Ojalá se cumpla tu petición, Rebeca…
Mirar y oír, ver y escuchar: José Antonio Fernández Bravo.
Y llegó el momento de una de las ponencias más esperadas, la de José Antonio Fernández Bravo. Con su peculiar estilo desenfadado y lleno de anécdotas acumuladas en décadas de acompañamiento a niños y docentes, José Antonio ironizó sobre la mala costumbre de preguntar a los pequeños, para no prestar verdadera atención y tomar después decisiones adultas de modo unilateral: “-¿Quieres ir al parque? – Hoy no, mamá, no me apetece. -Venga, coge el abrigo que hay que tomar un poco el aire”. Fernández Bravo dejó algunos mensajes contundentes: “Deja de oírte a ti. Escuchar es pararse a entender por qué los niños y niñas hacen lo que hacen y por qué dicen lo que dicen. Escuchar es poder sentir lo que piensan. Aceptar la realidad del TÚ, del niño que ya es, y no la del niño que el adulto quiere que sea”. José Antonio insistió en algo obvio, pero que se nos suele olvidar: somos nosotros, los docentes, los que debemos ser flexibles y adaptar nuestras clases a su proceso y desarrollo. Así, nos recordaba que la mejor clase es aquella que está preparada para abandonar la planificación rígida, si lo que se está haciendo no funciona y no produce aprendizaje del estudiante. El currículo es un mapa, y nuestro deber es buscar islas desconocidas, esos nuevos aprendizajes y métodos, pero también esas dificultades que aún están por descubrir y catalogar. Dicho con sus palabras: “hay actividades de clase que lucen mucho, pero alumbran poco”. En Educando también nos decantamos por menos “pirotecnia educativa” y más reflexión y pedagogía consciente. En la planificación y diseño curricular, no se trata de saber qué tienen que memorizar, sino de qué necesitan recordar: si lo consiguieron, si se sintieron motivados, si superaron sus dificultades. Las últimas recomendaciones de Fernández Bravo: la importancia de enseñar emocionalmente porque sabemos que así, desde la emoción, se aprende mejor. Y creer en los aprendices. “Solo el que cree con fe ciega y sin fisuras en el que aprende, será capaz de escuchar, facilitar y acompañar adecuadamente su desarrollo integral.”
Acompasar los latidos
Tras la ponencia de Fernández Bravo, fue el turno de Felipe Perea, preparador de La Pizarra, que nos puso a todos a bailar con su tema-amuleto: Don´t Stop Me Now, de Queen. Y es que Felipe desborda energía cuando habla de esta profesión. Parafraseando el cuento de Galeano, nos contó que todos formamos un mar de pequeños fueguitos, que cada persona brilla con luz propia entre todas las demás, y que nos iluminamos el camino unos a otros. Los niños y las niñas tienen que ser escuchados por los educadores para poder entender su luz, poder ponerla al servicio de los demás, para hacerse buenas preguntas. Y como los fuegos fatuos, necesitan moverse y jugar, explorar y disfrutar. Por eso pidió que no desistamos en la pasión por educar y acompañar desde la escucha activa, para que nuestro latido de maestros y el de los niños se puedan acompasar.
Evaluar con corazón: Miguel Ángel Santos Guerra
Miguel Angel Santos Guerra es, para mí, un maestro indiscutible, además de amigo. Llevo años leyendo su blog, El Adarve, y justamente la ponencia del sábado arrancó con algunas de las palabras de su último post: “Maldita guerra. Malditas armas si no son las palabras.”. Tras este alegato pacifista, Santos Guerra nos volvió a recordar que “el verbo aprender, como el verbo amar, no admite imperativos” y nos habló del psicólogo Carl Rogers, que considera que la escucha activa es tan importante para las personas, que puede llegar a ser terapéutica y salvarnos.
Menos hablar y más escuchar. La función del buen profesor es entender la sed por conocer de los alumnos, y guiarlos a buscar manantiales de los que beber. Su labor no puede ser llenar con un vaso de agua el cerebro sediento. Bromeaba Santos Guerra ¿y si el que lleva el vaso tiene Parkinson? Menuda la hemos liado.
La ponencia de Santos Guerra estuvo llena de momentos de homenaje a la genialidad de los niños, como la anécdota de aquel chaval al que le ponen a resolver un problema de matemáticas: “si tienes 5 naranjas y 10 personas, ¿ qué tienes que hacer para que le lleguen a todos?” A lo que el niño responde: “Hay que hacer zumo”.
Gran parte de la ponencia se dedicó a desgranar los principios de una evaluación hecha desde el corazón: la evaluación que acompaña al alumnado, la evaluación que cree en él. Y siempre le beneficia, precisamente porque le ayuda a crecer y mejorar. Por ese motivo, nos quedamos principalmente con un reflexión del gran maestro, la que se aprecia en la siguiente foto de nuestro post de hoy, y que se alinea mucho con esta otra reflexión que escribimos hace un tiempo: la evaluación es un proceso rico y bien fundamentado, que no puede ser en sí mismo el fin de nada, sino el comienzo y el camino para la mejora. Esa es la finalidad pedagógica profunda de la evaluación en la que creo, la que responde a la etimología de la palabra evaluar, del latín ex (sacar hacia fuera) Valere (tener valor, ser fuerte o ser bueno). Cabrá entonces, preguntarse: ¿tu finalidad al evaluar es pedagógicamente rica o pobre?
Sinergias: lo que sucede cuando una comunidad educativa se escucha activamente.
Y llegó el turno de Patricia Vicente, la directora del CEIP Torre de Paterna. Siguiendo con el hilo conductor de la escucha activa, Patricia nos habló de “Sinergias”, un precioso proyecto de escucha activa que están llevando a cabo con todos los que forman el centro (alumnado, familias, y personal docente y no docente). Escucharnos para sentirnos parte importante de la comunidad; una escucha que se asienta en los pilares de la pertenencia y la contribución, defendidos por la Disciplina Positiva, algo que no se nos escapó cuando Patricia citó a Jane Nielsen entre sus referentes educativos. Como botón de muestra, y aunque la calidad de la fotografía no es fantástica, os dejamos la reflexión de los niños de la clase de 5 años que pertenecen a esta comunidad. No hacen falta más explicaciones, ¿verdad?
Escuchar, puerta de entrada a la participación infantil: Francesco Tonucci
Cerramos la mañana con la intervención por videoconferencia de Francesco Tonucci, quien de nuevo se refirió al conflicto Rusia-Ucrania y lamentó que no hayamos aprendido nada sobre el horror de la guerra. Tonucci nos contó cómo su primer recuerdo a los 3 años de edad fue, precisamente, el sonido de los bombardeos en su pequeña ciudad italiana, durante la Segunda Guerra Mundial.
Tonucci siempre ha defendido con pasión que los niños tienen todo el derecho a que se les tenga en cuenta y a dar su opinión cada vez que se tome una decisión que les afecte. Por ello, el gran pedagogo citó en su ponencia algunos artículos de la Convención de los Derechos de la Infancia referidos precisamente a la escucha y la participación de los niños y niñas. El Tratado internacional establece que el gran objetivo de la educación es desarrollar en grado máximo las capacidades integrales del niño, su personalidad y sus aptitudes, y así nos lo volvió a recordar Tonucci, si bien insistiendo, como dijo su colega Mario Lodi, en que el niño no es propiedad ni de la familia, ni de la escuela ni del Estado, sino que es dueño de sí y de su destino. De entre las muchas reflexiones de Tonucci, nos quedamos con esta metáfora natural, tan cercana al espíritu de nuestro libro Lecciones del jardín: “un educador no es un artesano que usa una materia prima para transformarla, sino un hortelano que cuida con amor la semilla que planta, sabiendo que no puede cambiar su naturaleza y que todo su potencial está ya en ella. Solo ha de regar, cuidar y abonar la tierra fértil en la que la semilla crecerá y dé sus frutos”.
Por cuestiones de agenda, nuestra asistencia a la 2ª Jornada “Para mirarte mejor” acabó tras la ponencia de Tonucci y no tuvimos ocasión de seguir disfrutando de tanta pasión educativa. Sin embargo, no queríamos cerrar esta crónica sin recordar el precioso poema de Gianni Rodari, que a muchos educadores nos ha hecho soñar con una escuela que sepa escuchar mejor a los niños y las niñas, a los jóvenes aprendices. Ellos son realmente los que habitan nuestras comunidades educativas y le dan vida y sentido a nuestra profesión. Vamos haciendo camino.
Un día, en el Expreso Soria Monteverde, Vi subir a un hombre con una oreja verde. Ya joven no era, sino maduro parecía, Salvo la oreja, que verde seguía. Me cambié de sitio para estar a su lado y observar el fenómeno bien mirado. Le dije: Señor, Usted, tiene ya cierta edad, Dígame, esa oreja verde, ¿le es de alguna utilidad? Me contestó amablemente: yo ya soy persona vieja, Pues de joven sólo tengo esta oreja. Es una oreja de niño, que me sirve para oír cosas que los adultos nunca se paran a sentir: Oigo lo que los árboles dicen, los pájaros que cantan, las piedras, los ríos y las nubes que pasan, oigo también a los niños, cuando cuentan cosas que a una oreja madura, parecerían misteriosas. Así habló el Señor de la oreja verde Aquel día, en el Expreso Soria Monteverde Gianni Rodari
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