ALONE TOGETHER y FOMO
Abrir esta nueva entrada del blog con una mención a “Alone Together” probablemente transporte a algunos lectores melómanos y a los amantes del jazz a la maravillosa pieza de los años 30 interpretada por Artie Shaw y su orquesta,
o a la interpretación melancólica e intimista del año 1959 de Chet Baker
No sentir al Otro cerca, sentirnos alienados, es algo que siempre nos ha afectado como seres humanos. La profunda soledad que emana de la paradoja de ese “juntos, pero solos” es algo que no solo entristecía a los músicos de los años 30 o 50 del siglo pasado, sino que está en el discurso de los filósofos de la era de la post-verdad o en el de los tecno-críticos del siglo XXI. La profesora de Tecnología y Sociedad del prestigioso MIT, Sherry Turkle, acuñó en 2012 este término en su libro Alone Together- Why we Expect More from Technology and Less from Each Other para definir la nueva dimensión relacional del homo digitalis en estos tiempos en los que las redes sociales y la presencia virtual han suplantado en gran medida los encuentros físicos y el contacto humano “real”. Es una cuestión sobre la que ha profundizado aún más en su libro “En defensa de la conversación”, de la editorial Ático de libros.
Turkle considera que una aplicación como Facebook genera la ilusión de una cercanía sencilla de establecer y prolongar con el otro, como si mantener un contacto humano a través de las redes fuera más fácil que en el “cara a cara”. De hecho, la pantalla permite una separación de seguridad con la que evitamos lo más complicado de las relaciones “verdaderas” y el mostrarnos tal cual somos. La cuestión es que, tal y como nos advierte Turkle, gran parte de nuestra vida moderna y el uso que hacemos de estas tecnologías de la ¿comunicación? nos deja menos conectados con los otros seres humanos y más conectados a simulaciones de ellos.
Conectividad no es conexión auténtica. Como decía el filósofo coreano Byung-Chul Han en su ensayo de 2017, “La expulsión de lo distinto”,
La interconexión digital total y la comunicación total no facilitan el encuentro con otros. Más bien sirven para encontrar personas iguales y que piensan igual, haciéndonos pasar de largo ante los desconocidos y quienes son distintos, y se encargan de que nuestro horizonte de experiencias se vuelva cada vez más estrecho. Nos enredan en un inacabable bucle del yo y, en último término, nos llevan a una autopropaganda que nos adoctrina con nuestras propias nociones”.
Lo que vivimos en las redes sociales, siguiendo esta reflexión de Han, no nos lleva hacia una experiencia auténtica del Otro. Al fin y al cabo, el término “postureo”, que se define en la RAE como “actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción”, entró hace apenas 5 años en el diccionario de la Academia, en su 23 edición y, al menos en España, todo el mundo asocia este vocablo a un comportamiento vanidoso y falso en las redes sociales. La cuestión se hace más compleja cuando pensamos en la Generación Z, de cuyas relaciones con Youtube ya hablaba en este otro post.
El caso es que, aun reconociendo nuestros jóvenes esa inautenticidad, el hecho de que muchos de sus seguidores “posturean” abundantemente, o solo persiguen subir el número de likes, lo cierto es que les aterroriza el “quedarse fuera” de su tribu virtual y permiten que su intimidad sea constantemente atropellada. A esta ansiedad psicológica derivada de la hiperconexión en redes sociales se la ha bautizado con el acrónimo FOMO: Fear of Missing Out. Se la ha relacionado con la teoría de la autodeterminación, de Deci y Ryan, que afirma que el sentimiento de parentesco o conexión con los demás es una necesidad psicológica legítima que influye en la salud psicológica de las personas. En este sentido, FOMO puede entenderse como un estado autorregulador que surge de la percepción situacional de cada uno. Sucede por tener una baja autoestima, por necesitar la aprobación constante de los demás o derivado de un déficit de satisfacción en las necesidades psicológicas de uno mismo.
Y es tan preocupante, que hasta el Papa Francisco ha hablado del “espectáculo constante de nuestras vidas hipervigiladas” en su última encíclica del 3 de octubre, Fratelli Tutti:
“Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo.”
Volviendo a los efectos que esto causa en nuestros niños y adolescentes, varios sondeos y estudios en EEUU y Europa han revelado que muchos jóvenes están agotados mental y físicamente por el uso de las redes sociales, pero sienten que no tienen otra opción. Es la pescadilla que se muerde la cola. Además, este estudio ha encontrado que el hecho de sufrir FOMO es un predictor para posteriores comportamientos problemáticos en redes sociales, o de lo que se ya se conoce como el “ningufoneo” o “phubbing”, el hecho de menospreciar a alguien que está físicamente presente, prestando más atención al Smartphone que a la persona que se tiene delante.
A muchos de nuestros adolescentes todo esto de las redes les causa una presión tal que duermen con el móvil bajo la almohada. Incluso si ven que no es bueno para ellos, o cuando reconocen que se está convirtiendo en una adicción, no pueden parar. La BBC retó en 2015 a un grupo de escolares londinenses a que dieran la espalda durante una semana a las redes sociales. La narración de cómo vivió esa semana uno de los chicos se puede leer aquí.
La educación es básica para ayudar a nuestros niños y adolescentes a mantener una autoestima fuerte, a pesar de las influencias externas, y a construir un autoconcepto más sólido. Deben comprender, desde edades tempranas, lo peligrosa que puede llegar a ser esta dependencia enfermiza de las redes sociales. Es una labor que tendremos que hacer en las familias y en las escuelas con urgencia, si no queremos que se genere un bajo nivel de satisfacción social, causante a posteriori de sentimientos de inferioridad y de trastornos de ansiedad y depresión, un punto que trata el documental “el dilema de las redes sociales” del que hablaremos más tarde.
CEGUERA MORAL Y ÉTICA. REACCIÓN ANTE LOS DILEMAS QUE PLANTEA.
Pero, además de FOMO, hay otros riesgos para la generación Z en el uso indiscriminado del Internet y las redes sociales. Educadores y psicólogos de todo el mundo advierten de que la hiperconectividad, las fake news o la infodemia hace más mella en ellos. Son, por antonomasia, la generación educada en la “sociedad aumentada”, donde los estímulos son constantes y bombardean las mentes y los sentidos a tal velocidad que es complicado aplicar el pensamiento crítico, algo para lo que se necesita control inhibitorio del impulso, reflexión y un tiempo de reacción entre el estímulo y la respuesta que, simplemente, no se da. De hecho, el inventor del “scroll infinito”, Aza Raskin, ha comparado el enganche a las redes sociales con la dependencia de la cocaína, y se ha lamentado en entrevistas recientes de haber inventado algo tan adictivo.
El resultado final es que, acosados por toda esa infodemia, la capacidad para filtrar qué es cierto y qué no, qué libera y qué nos manipula, es escasa. Y si a los adultos esto nos está afectando claramente (como decía en este otro post, ¿qué no sucederá en las mentes aún en formación de nuestros adolescentes?
Ya sabemos que no se puede poner “puertas al campo” y todos tenemos claro que, si bien Internet pone a nuestra disposición un mundo de información muy amplio susceptible de transformarse en conocimiento, su diseño hace que podamos encontrar en la red TODO, lo bueno y lo malo, con el consiguiente riesgo que esto conlleva si quien navega por la red no ha desarrollado suficiente capacidad crítica. Cuando además es un algoritmo como el de Instagram o Facebook el que decide qué tenemos que “leer” de entre toda esa información, para hacer saltar nuestro sesgo de confirmación (escoge solo aquello que se adhiere a nuestra narrativa, reafirmándonos cada vez más en lo que ya creíamos, en lugar de cuestionarlo críticamente), el peligro de polarización que corremos es muy serio. El enfrentamiento social y la estrechez de miras que produce lo virtual es muy real.
En el año 2015 estuve en uno de los más ambiciosos congresos educativos y de pensamiento del mundo, el ICOT, que se celebró en julio en Bilbao y que reunió a cerca de 2000 educadores de todo el planeta. Allí pudimos escuchar esta conferencia
de Carrie James, miembro del Proyecto Zero de Harvard y autora del libro “Disconnected”. Entre las conclusiones del libro, James advertía que, a pesar de vivir en la era más informada de la humanidad (algo que debería en teoría favorecer una mayor amplitud de miras y un espíritu mayor de tolerancia a otras formas de entender el mundo y la realidad) la inclinación de los jóvenes de la Generación Z es a pensar de manera muy estrecha, a centrarse en ellos mismos y en gente muy cercana, conocida en la vida real. El libro se apoya en extensas entrevistas con jóvenes de entre 10 y 25 años, lo que ayuda a James a describir la naturaleza de su pensamiento sobre la privacidad, la propiedad intelectual o de contenidos y la participación online. En el libro, examina las tres formas en que los jóvenes pueden abordar su actividad virtual: practicar el pensamiento centrado en sí mismo, en que se preocuparán principalmente por las consecuencias para sí; el pensamiento moral, si se preocupan por las consecuencias que su praxis virtual tendrá para las personas que conocen; o el pensamiento ético, si se preocupan por personas desconocidas y comunidades más amplias. La conclusión es bastante clara: los jóvenes, a menudo, están ciegos ante las preocupaciones morales o éticas. Por ejemplo, el discurso hostil o el lenguaje soez, si se dan en contenidos en línea, se suele justificar con el comentario “es solo una broma”. En cuanto a la propiedad intelectual o de contenidos, parecen sentir que “si algo está en red, inmediatamente es de todos”; tienen una actitud bastante relajada ante la piratería, la descarga de archivos ajenos o el uso del copy/paste sin referenciar las fuentes. No nos sorprenda después que figuras de la esfera pública hayan plagiado impunemente en sus trabajos académicos….
Muchos adultos han empezado a reaccionar a esta sobreexposición a las redes sociales, como nos cuenta este post en que se analiza el comportamiento de los usuarios en Reino Unido, y parece que esta vez son los millenials, (nacidos entre 1981-1996, con una edad de 24 a 39 en 2020) los más conscientes de los efectos mentales nocivos de esta hiperconexión y de las fake news. Pero también los adolescentes que empiezan a tener conciencia de los problemas éticos derivados de la excesiva exposición en el mundo virtual, sobre todo en relación con su privacidad, si bien no es lo único que les preocupa.
POLARIZACIÓN SOCIAL, UN PROBLEMA EN AUMENTO QUE DEBEMOS TRABAJAR DESDE LA EDUCACIÓN
A todos los educadores que me estén leyendo, recomiendo encarecidamente el visionado del documental de 2020 “el dilema de las redes” con sus hijos y alumnos. La película está protagonizada por los mismos expertos que crearon los gadgets y la inteligencia artificial que tienen como tarea principal captar nuestra atención, en esa nueva forma de capitalismo de control y consumo en el que la Humanidad es ahora la materia prima de la que se alimentan las máquinas y los algoritmos. El documental denuncia que se está poniendo en riesgo muy real la verdad y la democracia, algo que nos puede llevar a un peligroso enfrentamiento social y conducir a la destrucción de nuestras sociedades. Leo con mucha preocupación que, en vísperas de las elecciones de los EEUU, la polarización es de tal calibre que ha aumentado considerablemente la venta de armas en todos los estados.
La denuncia de “el dilema de las redes” coincide con las conclusiones del estudio que publicó el MIT en el año 2018, en la revista Science, en que se estudió el impacto que las fake news extendidas por Twitter había tenido en el aumento de los extremismos y de la manipulación de los procesos electorales en EEUU, Alemania, Francia, Reino Unido y España. Lo más impactante de sus conclusiones es que no son los bots los que extienden las fake news, sino los seres humanos. El 70% de las noticias falsas, sobre todo si son políticas, se viralizan mucho más rápido por Twitter que las verdaderas. (Ver la noticia del estudio aquí.)
Esto se debe a cuestiones muy humanas: hacemos cada vez más caso de los pequeños influencers, y nuestra visceralidad, nuestros prejuicios y emociones, se ven cada vez más manipulados. Nuestro sesgo de confirmación es manejado al antojo de los algoritmos, que nos analizan, nos conocen incluso mejor que nosotros mismos (tal como advertía Yuval Harari en su libro “Veintiún lecciones para el siglo XXI”, en la editorial Debate) y hacen saltar la parte más irracional que hay en nosotros. Algo aún más grave cuando hay países del mundo en los que el coste económico de acceso al Internet es muy alto, pero redes sociales como Facebook ofrecen contenidos audiovisuales “gratuitamente”. Esto sucede en bastantes países de Latinoamérica, por ejemplo, y nos empujan a quedarnos más y más tiempo enganchados en esos contenidos, mientras los algoritmos deciden qué debemos leer y cómo (des)informarnos para polarizarnos y enfrentarnos más y más.
Como educadores, como progenitores, como adultos conscientes, tenemos la responsabilidad de enseñar a los chicos a usar adecuadamente las redes sociales y a tener una mirada crítica sobre lo que su información (y su control de nuestras vidas) plantea. Debemos acompañarlos en una comprensión lectora que va más allá de preguntar “quién, cuál y cuándo”. Y sobre todo, no podemos ser nosotros mismos los que espoleemos desde nuestras cuentas de Facebook, Twitter o Instagram la creciente infodemia que está sufriendo nuestra sociedad. Tampoco podemos extender la soledad o el miedo al Otro diferente, ni espolear la desesperanza. Como decía el papa Francisco
Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores (…) hay miedos ancestrales que no han sido superados por el desarrollo tecnológico; es más, han sabido esconderse y potenciarse detrás de nuevas tecnologías
En el acompañamiento mutuo y el diálogo de educador y educando, como decía Paulo Freire, colaboraremos para empoderar, dar nuevas palabras y pronunciar un Mundo transformado hacia el Bien Común, porque el futuro se debe construir en unión con otros. En las redes debería existir un diálogo donde impere una mirada crítica sobre nuestro contexto que nos humanice más y más. Debemos transmitir a nuestros hijos y aprendices que lo que las redes nos cuentan es solo un pálido y muy incompleto reflejo de la realidad. Como las sombras de la caverna platónica. Acabo refiriéndome a uno de nuestros grandes filósofos españoles, Emilio Lledó, que en esta entrevista nos recordaba que la fuente del Conocimiento es la Experiencia, y para ello debemos entender que el uso de pequeñas informaciones que un algoritmo escoge no es verdadero conocimiento. Además, tenemos que encontrarnos verdaderamente con el Otro, no conformarnos con su sucedáneo virtual, con el avatar creado en las redes sociales y presentado a través de la pantalla. Recojo sus palabras esperanzadas de que este tiempo de crisis sea una oportunidad
que propicie un nuevo encuentro con los otros en la polis, en la vida en común.
Hola Eva. Me ha gustado tu reflexión, que plantea muchos retos para la educación del presente y del futuro. He visto el documental ‘El dilema de las redes’ y a pesar de conocer cómo funcionan las redes sociales y saber que su objetivo siempre es económico terminé muy asustado por la manipulación que ejercen sobre nosotros, incluso a adultos. ¿Qué daño pueden estar causando en el desarrollo intelectual y emocional de los más jóvenes?
Te animo a que sigas escribiendo sobre esto y sobre cómo la educación debe enfrentarse a estos desafíos. Un saludo
Gracias por el comentario, Alejandro. La verdad es que es muy preocupante, y como bien dices no solo por los efectos que esta manipulación de las redes causa en los más jóvenes, sino en la sociedad en general. Espero que mi pequeña voz sirva para que muchos educadores se animen a ver el documental y leer más sobre el tema, porque solo conociendo los algoritmos y cómo funcionan podremos actuar de modo más consciente y ético, y al final, seremos ciudadanos más libres. Un saludo, Eva
¡Impactante post! Totalmente de acuerdo contigo en todas las reflexiones que haces. Poca importancia estamos dando a este tema en la sociedad en general y en el mundo educativo en particular. Todo lo que dices es como la “Crónica de una muerte anunciada” de García Márquez y seguimos sordos, ciegos y haciendo alarde del “que exageración. No es tan grave”. Gracias por dar voz a esta situación de una manera tan detallada y bien documentada.
Gracias a ti por leerlo y comentarlo… es un tema que como madre, como educadora, como ciudadana que se quiere sentir libre, me preocupa realmente mucho. Ojalá podamos generar algo más de conciencia desde esta voz pequeña pero apasionada por la educación que estoy, que estamos, construyendo en el blog. Cada uno de vuestros comentarios amplifica la toma de conciencia.