En la pantalla de proyección del auditorio del CaixaForum de Madrid, el espectador asiste como invitado de excepción a una reunión de comienzo de curso con las familias en un centro público de Secundaria. Los padres y madres, sentados en esas sillas de pala, hechas de tubo metálico y formica que todos recordamos tan bien, escuchan atentos. Son familias de alumnos de 1º de la ESO, recién llegados a un centro del que han oído que “trabaja de modo diferente”. Es importante no perder detalle: todo es nuevo para ellos y para sus hijos.
Podría ser un instituto cualquiera, en una ciudad o en un pueblo al azar de España. Afortunadamente, hay muchos centros que ya están trabajando de forma “diferente”.
En un momento determinado de la reunión, uno de los miembros del equipo directivo explica que, a lo largo del año, se van a implementar cambios que afectarán a las metodologías y a la didáctica. Quieren poner a los alumnos en el centro del aprendizaje y que tengan un papel más crítico, creativo y activo. Entonces, la cámara enfoca a uno de los padres, que pronuncia esta frase:
“Es que no son robots. Y el fallo que nos hicieron a nosotros es que pensaban que éramos robots y que teníamos que aprendernos todas las frases del libro perfectas. Después, cuando llegamos a la vida, no sabíamos vivir. Y vosotros, en cambio, les enseñáis a vivir”.
La idea que aquel padre transmitía con el primer plano de la cámara me quedó muy clara. Formar personas, moldear corazones y cerebros para ir acompasados, y no simplemente embutir de datos las cabezas.
De entre el resto de padres asistentes, muchos manifiestan su conformidad con esta afirmación. Vemos cabezas que asienten. El espectador sorprende alguna mirada incrédula; incluso un padre que se mesa los escasos cabellos y se frota la cara. Parece que no todos los padres van a concederle confianza plena a ese equipo directivo que les está haciendo un planteamiento tan rompedor.

Acabo de describir un fragmento del documental “Picotazos contra el cristal: una revolución en la escuela”, que tuve la suerte de ver de estreno el pasado 10 de diciembre en el Caixa Forum de Madrid. Acudí acompañada de parte del equipo de Educando y con uno de los jóvenes emprendedores de Unlearn Education, la iniciativa de la que hablé al final de este otro post. Esta proyección era uno de los eventos de formación que EduCaixa organiza gratuitamente para las mentes inquietas que se preguntan por el “terremoto educativo” que estamos viviendo. El documental, dirigido por Rafa Molés y Pepe Andreu, en colaboración con Ashoka y producido por Siuca Films y Á Punt Media, cuenta el proceso de transformación de un instituto, el IES Cotes Baixes, de Alcoy. Durante la hora aproximada que dura el documental, se resume esta experiencia de cambio paulatino de la mano de algunos de sus protagonistas. Nos dan, así, el privilegio de asomarnos a la realidad cotidiana de aulas, pasillos y despachos a través de los ojos de profesores, familias y alumnos, y ser testigos del cambio.
Desde el punto de vista narrativo, el documental arranca cuando el equipo directivo de este instituto alcoyano, con su director, Fernando Sansaloni, a la cabeza, se pregunta por el altísimo fracaso escolar de algunos centros. ¿Cómo es posible que en algunos institutos, de cada cien alumnos que comienzan la ESO, solo veintidós acaban los estudios de Secundaria? Fernando y su equipo deciden que no podemos robarle el presente ni el futuro a los estudiantes de hoy, ni cambiar el mundo para hacer de él un lugar mejor, si enseñamos lo mismo que a las generaciones anteriores. Fernando lo tiene claro y así lo expresa en el documental: sabe que su obligación más importante como profesor es “preparar personas para una sociedad más justa, solidaria y avanzada”.
La única solución pasa por hacer una revolución en el centro, pero saben que no es tarea fácil y que habrá escollos mientras naveguen por las aguas del cambio. Los más complicados de vencer: los miedos de profesores, familias, y hasta de algunos de sus alumnos. Aunque los chicos se adaptan siempre de un modo mucho más sencillo a las nuevas propuestas y están dispuestos a experimentar nuevas emociones con respecto al aprendizaje.
El documental, de una sensibilidad y honestidad exquisitas, analiza los miedos y rechazos que se despiertan cuando un proceso de transformación toca la estructura de nuestro “mundo conocido”. Incluso los alumnos más motivados, que madrugan cuando aún no ha salido el sol para venir desde su pequeño pueblo hasta Alcoy, en busca de un centro diferente, pasarán por esos miedos. La mirada de la cámara se focaliza a ratos en una alumna brillante, que busca en el Cotes Baixes la motivación que le falta en una escuela más tradicional. Pero a esta chica le cuesta ceder y nunca antes ha trabajado la cohesión grupal: “¿Qué sucede si no sé manejarme en una situación en la que tengo que trabajar cooperativamente con alguien a quien le apetece “hacer el viaje gratis” durante el proyecto en el que estamos trabajando? ¿Cómo comunicar de forma asertiva? ¿Seré capaz de fiarme y apoyarme en otros y entender que trabajar en equipo es confiar en las capacidades de mis compañeros, y no cargarme encima de los hombros todo el peso?” El proceso de aceptación de todas estas dificultades se va produciendo y vemos a esta alumna crecer y reconocer facetas de sí misma a las que antes no se había enfrentado, mientras su madre acompaña desde el respeto y permitiéndole sus tiempos de maduración.
Las cámaras también prestan atención a otro alumno que tipifica a ese “malote” que todos hemos visto poblar las aulas de los centros. En un momento de lucidez, tras una situación de conflicto, este niño parece interrogarse: ¿sabré quitarme la máscara social del “gracioso” de clase y dejar que mis compañeros trabajen y avancen? ¿Qué gano yo con esta actitud de desafío constante?
Los padres y algunos docentes también se resisten al cambio: “soy profesora de inglés, no psicóloga, y si el alumno no quiere hacer nada y la familia no apoya…¿qué puedo hacer yo?”. Otra docente afirma: “todo esto de los proyectos y del cooperativo parece divertido pero no creo que el futuro vaya por ahí ni que estas metodologías vayan a tener mucho éxito a corto ni medio plazo”. Y el padre de uno de los alumnos de 1º ESO, Alex, pregunta por los deberes y confiesa que antes le era más sencillo hacer el seguimiento de lo que su hijo tenía que estudiar: “antes revisaba con él lo que tenía que dar en el examen. Tema 1, tema 2… ahora, cuando Alex viene del instituto y le pregunto, no sé si lo que me está diciendo es cierto y me genera dudas. Ya veremos cuando lleguen los resultados”. Unos minutos antes, en un debate en clase, Alex había confesado ante sus compañeros que en 5º de Primaria casi sucumbe a una profesora que le aterrorizaba y le desmotivó de tal modo, que “fingía dolores de tripa para no ir a la escuela, y engañaba a mi madre con tal de no enfrentarme a ese suplicio diario”.
Otra de las cuestiones que merecen la pena en este documental es recorrer alguno de los centros “changemaker” de Ashoka, como el colegio O Pelouro, de Caldelas de Tui, o la Escola Sadako de Barcelona. En el ejemplo de estas escuelas, donde la revolución empezó hace décadas, comprendemos de modo sencillo cómo los jóvenes pueden devenir agentes de cambio en su escuela, en su barrio e, incluso, en su ciudad. En estos centros, los niños les pidieron hace tiempo a los adultos algo muy claro: “déjame hacerlo solo”. Solo así, como nos recuerda Yago, el alumno de O Pelouro, tendremos después adultos capaces de solucionar los complejos retos a los que nos enfrentamos, como comentaba en este post.
Y es que, como decía Friedich Hölderlin, los educadores forman a sus educandos como los océanos forman a los continentes, retirándose.
Por supuesto que retirarse y dejar hacer, poner al aprendiz decididamente en el centro del proceso de aprendizaje, da mucho miedo. Y claro, NO SOMOS ROBOTS. El miedo es intrínseco a nuestro ser. De hecho, es la emoción más antigua y primaria de todas. La sentimos antes incluso que la alegría.
Hace unas semanas, mi buen amigo José Picó (podéis ver la entrevista que le hicimos para conocer su proyecto Espacios Maestros) me habló de la existencia de dos vídeos de Fundación COTEC que llevan por título “Mi empleo, mi futuro”,
en los que se habla de las nefastas consecuencias que puede tener, en los albores de la Cuarta Revolución Industrial, no educar en las competencias y destrezas que nos hacen más humanos. y es que en todo lo que tiene que ver con las tareas mecánicas y con el almacenamiento y la gestión de datos, los robots nos van a ganar de paliza. Así que más vale que vayamos adoptando la reflexión del padre con el que empezaba el post. Ya va siendo hora de que nos quitemos el miedo a formar personas capaces de crear una sociedad más justa, solidaria y avanzada, como aquella para la que pretenden educar Fernando y los profesores del Cotes Baixes.

Después de la proyección del documental, pudimos disfrutar de una mesa redonda-coloquio con Pepe Andreu, director del documental; Fernando Sansaloni, director del IES Cotes Baixes; Natalia Rodríguez, del colegio Décroly, de Tenerife (centro Ashoka); Kike Labián, de Kubbo Company y Ashoka Fellow, Ángel Luis García, director del IES Miguel Catalán, de Coslada y David Martín, de Ashoka Education y autor del libro ¿Para qué educamos?.
Fueron tantas y tan ricas las reflexiones educativas, que darían para otro post, pero quiero destacar algunas. David Martín nos recordó la verdadera etimología del verbo educar, del latín E-Ducere, conducir o sacar fuera lo mejor del aprendiz.

Natalia reflexionó sobre el liderazgo positivo (dejemos de flagelarnos, porque el cambio es posible y ya está sucediendo en muchos lugares de la geografía escolar, como lluvia fina que lo empapa todo), y el aprendizaje por impregnación (no es que el estudiante aprenda, sino que NOS aprende, así que seamos modelos realmente dignos de imitar y dejemos que ellos se inspiren entre sí también). De Natalia también surgió la mención al liderazgo positivo de muchos jóvenes como Greta Thunberg, y la importancia de incorporar los ODS en educación.

De Kike me quedo con la reflexión sobre cómo las artes, combinadas de forma innovadora y transdisciplinar, pueden ser un instrumento de expresión de valores éticos, y cómo se pueden convertir en una forma de empoderar a los chavales para cambiar el mundo. Os recomiendo que os paséis por el sitio web de Kubbo Company, y que conozcáis su proyecto Kaeru y su Fila 0 para contribuir a la financiación y construcción de escuelas en contextos vulnerables.

De Ángel Luis destaco la calma y la claridad de ideas de un director que ha sabido llevar a su instituto, el Miguel Catalán, a ofrecer un proyecto educativo innovador con muchísimos reconocimientos y premios a nivel nacional, y una filosofía de internacionalización clara, desde su participación en proyectos Comenius y Erasmus+ hasta lograr ser centro IB en el próximo curso.Y por último, quizás porque fue lo que más me impresionó, la amplia sonrisa, la sinceridad y el espíritu realista de Fernando, el director del Cotes Baixes, que reconocía que las dos profesoras que se habían manifestado abiertamente en contra de la revolución educativa frente a las cámaras no eran más que dos valientes que habían verbalizado lo que bastantes otros compañeros pensaban y no se atrevían a articular. Pero Fernando había acudido allí con su equipo directivo, que había apoyado con firmeza aquella filosofía de transformación, y con un equipo humano así detrás ¿quién no lucha por conseguirlo? Si todos estamos convencidos de que lo que necesita la educación es un cambio profundo de paradigma, ¿cómo desentenderse de semejante labor en servicio de la sociedad? Y es que, como dice Xavier Aragay en su libro de 2017, es un buen momento para reimaginar la escuela.

Y como dicen los vídeos de Fundación Cotec, lo que nos va a salvar precisamente es aquello que no pueden hacer los robots, así que ¿asumes con valentía tus miedos y te vienes con nosotros a hacer la #Revolucióneducativa?
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