
Hoy me he levantado con la noticia de que se le ha concedido el Global Teacher Prize 2019 al keniano Peter Tabichi. Es la primera vez que el premio de la Fundación Varkey viaja a África, algo de lo que me alegro profundamente. Busco rauda en periódicos y redes sociales para asomarme a la vida de este profesor. Quiero descubrir qué méritos le adornan para haber conseguido un nada desdeñable premio de un millón de dólares (premio que, por supuesto, se le concede para seguir desarrollando su programa pedagógico e invertir en los proyectos de su comunidad educativa). Su historia es tan fascinante e inspiradora como la de aquellos profesores que le han precedido en la concesión de este premio.
Peter Tabichi es un profesor de ciencias, perteneciente a la orden de los Franciscanos, que trabaja en la escuela Keriko Mixed Day, en Pwani, una aldea situada en una parte remota y semiárida del valle del Rift de Kenia.
Es un lugar donde el hambre y la sequía están omnipresentes. El 95% de los estudiantes que asisten a esta escuela vienen de familias muy pobres, así que Peter dona el 80% de sus ingresos a sus vecinos y contribuye a paliar, de alguna manera, los problemas más acuciantes de su comunidad.
Durante la lectura de varios artículos que hablan de Peter (seguro que no le importará que le llame por su nombre de pila), me adentro en una realidad fascinante pero absolutamente desconocida para mí. Me imagino cómo se sentirá alguien que tenga que diseñar unas clases, organizar su currículum y motivar a sus estudiantes de Ciencias en un entorno tan complejo y con tan poco recursos. Seguramente su nivel de motivación será extraordinario.

Continúo leyendo, maravillada, y descubro que Peter y sus alumnos han encontrado soluciones creativas para transformar, desde su escuela, la realidad local que les ha tocado vivir. Y eso que en Keriko solo tienen un ordenador y una conexión a Internet que falla la mayoría de las veces. Los chicos de su club de innovación científica han recibido, por ejemplo, un premio de la Royal Society Academy of Chemistry del Reino Unido, por crear un prototipo que almacena desechos orgánicos y produce energía, y presentaron a la Feria de Ciencia e Ingeniería de Kenia de 2018 un dispositivo que habían inventado para permitir a las personas ciegas medir objetos.
Leo también cómo han plantado juntos huertos escolares en los que cultivaban raíces y tubérculos capaces de soportar la aridez del terreno, para luego cocinarlos con las familias y así contribuir a una disminución de la inseguridad alimentaria que vive la comunidad.
Tras la violencia postelectoral que siguió a las elecciones de 2007 en Kenia, Peter creó también un “Club de La Paz” en el que insta a sus alumnos a debatir y encontrar soluciones para asegurar la convivencia entre los más de siete grupos étnicos presentes en la escuela. Mientras debaten plantan árboles juntos…. No puedo imaginar una manera más hermosa de argumentar que en pleno contacto con la Naturaleza.
No sé si mis lectores han tenido el privilegio de escuchar en directo una conferencia de alguno de estos docentes galardonados con el Global Teacher Prize. El pasado mes de febrero, dentro de los actos el Congreso Mundial Educa, celebrado en Santiago de Compostela, tuve la suerte de poder escuchar a Andria Zafirakou en su conferencia Art at the Heart. Ella trabaja la convivencia partiendo de las Artes, en una comunidad escolar de gran diversidad cultural, en la que se hablan más de 150 lenguas. Afirmaciones como “escuchar las voces de nuestros estudiantes es nuestro deber más sagrado” y contemplar las imágenes de los trabajos de sus alumnos me hicieron emocionar hasta la lágrima.
Hay un refrán que dice “ si se trata de brillar, que sea siempre para alumbrar”. Esto es justamente lo más valioso, en mi opinión, que se esconde tras estos premios educativos tan en boga últimamente. Nos dan la oportunidad de inspirarnos con vidas de profesores excepcionales que alumbran el camino que los demás debemos seguir.
He visto varias entregas de galardones educativos en los dos últimos años, también a nivel nacional, e incluso he sido jurado de uno de ellos, hace dos meses, en la querida tierra extremeña. El director del Centro de Recursos que organizó estos premios, llamados “Acción Educativa”, me explicaba recientemente en una cena compartida que su opción había sido entregar el premio no a un docente, sino a una comunidad educativa entera, porque el objetivo era poner de relieve cómo un grupo de profesores, aprendices y familias habían conseguido, trabajando en equipo, cambiar y mejorar su realidad.
No se trata de premiar a “profesores isla” sino de explicar que somos comunidades cambiando el mundo con nuestros actos
Tiene mucha razón en defender el argumento de que el verdadero cambio, el profundo y significativo, se construye caminando juntos, y que los premios educativos no deberían ser considerados como el reconocimiento a la labor de un individuo y caer en el personalismo, como si fueran jugadores de fútbol peleando por el Balón de Oro, o estrellas de Hollywood en pos del soñado Óscar. No se trata de premiar a “profesores isla” sino de explicar que somos comunidades cambiando el mundo con nuestros actos. Extender la idea errónea de que la profesión docente se puede vivir desde el individualismo nos hará flaco favor; es más, creo que es una trampa en la que no debemos caer y un peligro mismo para la profesión. Divide y vencerás, como cuento en otro post.
En la entrega de alguno de estos premios individuales, he visto a muchos galardonados subir al escenario y dejar muy claro que su reconocimiento no hubiera sido posible sin el apoyo y empuje de otras personas de su comunidad, defendiendo el trabajo en equipo que se escondía detrás de su premio. Hay que potenciar el discurso, la actitud y la práctica colegiada en nuestra profesión.
Pero no siempre sucede así, y hay otros que viven claramente su reconocimiento de modo individualista. También me he topado con docentes que, antes de hablarte de lo que hacen en sus aulas y explicar cómo es su día a día, o incluso antes de preguntarse quién es su interlocutor, presumen de su etiqueta: “yo he sido finalista de este premio dos años seguidos”, y a continuación, sin apenas conocerte, cuentan cómo han pasado por varios colegios en un breve espacio de tiempo porque les han hecho la vida imposible, vertiendo auténticas barbaridades de sus compañeros, familias o equipos directivos. Me produce tristeza por los unos y por los otros: por las comunidades que han perdido el talento de ese docente y le han producido ese síndrome del “profesor quemado”, pero también por tener la sospecha de que este galardón celebrado de modo personalista puede esconder a una persona incapaz de construir en equipo. Las islas de innovación en los centros suelen impedir la innovación si no comparten, si deciden mantener su estatus y prestigio dejando claro a los demás “soy mejor”.
“Todos los días en África pasamos una nueva página y un nuevo capítulo. Hoy es otro día. Este premio no me reconoce a mí, sino a todos los jóvenes de este gran continente.» Reconozcamos en estos premios educativos el potencial de los niños y los jóvenes a los que acompañamos.
Peter Tabichi
En esto de los premios concedidos a título individual, hay otro peligro: el de empoderar a alguien para que suba al escenario a decir alguna insensatez que otros celebren. Aún me pesa como una losa haber escuchado a uno de estos profesores decir que “hay que expulsar de las escuelas a los acosadores”, y constatar, aterrada, cómo más de 600 personas asistentes aplaudían la idea… ¿No se trataba de educar, de escuchar, de empatizar; de entender que detrás de cada acosador hay, también, un ser humano dolorido con una mochila de vida muy cargada? ¿No se trata también de trabajar con los espectadores que ven cómo se produce el acoso y callan? ¿No vemos que ese acosador expulsado de mi escuela se irá a otra, con más rencor, más indefensión aprendida, y un problema que no dejará de crecer? Pido desde este humilde foro que cuidemos lo que decimos, porque tenemos un deber sagrado de cuidar de la infancia y la adolescencia y estas afirmaciones taxativas pueden hacer mucho daño.
No quiero acabar este post sin hacer mención a los haters, aquellos que odian a las personas que brillan para alumbrar el camino de otros. Tan dañino me parece el individualismo como la mediocridad de los que se esconden tras de un twitter para lanzar su frustración e inmovilismo contra los que sí han sabido transformar la realidad gris que les rodea.
Hay que premiar experiencias educativas y seguir construyendo en comunidad.
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