De equipos de fútbol y progenitores “helicóptero”
Vivo con tres hombres, algo que considero toda una ventaja y un regalo de la vida. Tres hombres con los que me río mucho y con los que aprendo a diario: mi esposo, Andrés, nuestro hijo mayor, Andi, y nuestro hijo pequeño, Fran. Tres hombres que me quieren, me cuidan y me respetan, así que me siento muy afortunada. Perdonen mis lectores que haya empezado hoy mi post hablando de algo tan personal; pronto verán que permitirme la licencia se justifica con aquello sobre lo que quiero reflexionar hoy.
A mis tres hombres les encanta el fútbol y tienen muy asumido que a mí me gusta bastante poco, así que, desde el respeto mutuo, lo llevamos bien. Andrés, mi marido, es el Presidente del Puerta de Madrid, un club de fútbol de Segunda Regional fundado hace 25 años, en el que mis hijos han jugado desde niños. El lema del club lo dice todo: “El fútbol para todos”. En mi doble papel de madre y educadora, tengo que decir que es un lema que el Equipo Directivo del “Puerta” hace cumplir con coherencia y de forma consecuente. Fue uno de los primeros clubes de la provincia en tener equipos mixtos, jugando juntos chicos y chicas, e incluso equipos femeninos en varias de sus categorías antes de que esto sucediera con los “grandes” (siempre me recuerdan con orgullo que ellos tuvieron equipos femeninos cuando el Real Madrid ni se lo planteaba). Mis hijos han aprendido que allí caben todos, aunque no sean grandísimos jugadores y tengan los “pies constipados”, como dicen de broma. Que todos forman parte del equipo de pleno derecho aunque, como ha sucedido en algún caso, haya compañeros con dificultades físicas importantes, como una parálisis parcial que impide correr al mismo nivel del resto, o chavales que están operados de corazón y no pueden hacer grandísimos esfuerzos. Saben que lo importante es el Bien Común, el espíritu de equipo, ayudarse y alentarse unos a otros. Sus entrenadores buscan como objetivo primordial que todos los chicos jueguen, que todos disfruten y el máximo número de ellos vayan convocados a los partidos y tengan su rato en el campo. Si van ganando un partido por una ventaja abultada, los entrenadores les piden que paren de golear, para no humillar al rival. En cada final de partido, es obligatorio saludar y felicitar al contrincante con respeto y aplaudir si han ganado en buena lid. Todos esos gestos, todos esos valores, son más importantes que contar con muchos triunfos en su palmarés o encabezar la tabla en las competiciones de cada categoría. Les gusta ganar, ¡por supuesto! pero saben que la palabra “éxito” tiene muchos matices.

En general, las familias que llevan en el Puerta desde hace muchos años acompañan y respetan esta forma de entender el fútbol, e incluso han traído a sus hijos a nuestro club desde otras organizaciones deportivas con un espíritu más competitivo o un juego más “agresivo”. En general, cuando a Andrés y a su Equipo Directivo les llega una sugerencia o crítica de un padre o una madre, suele ser en tono constructivo y ayuda a seguir generando ese “fútbol para todos”. Pero en los últimos años (y más ahora con la pandemia, al haberse cancelado muchas actividades extraescolares deportivas no federadas) el club está creciendo a un ritmo superior al que todos estábamos acostumbrados y se empiezan a hacer notar algunos “progenitores helicóptero”.
Quizás los lectores no hayan escuchado este término antes. El término “helicopter parenting” se venía usando más o menos desde 2011, pero saltó a la palestra con más fuerza a raíz de una investigación longitudinal publicada en el año 2018 por la American Phychological Association. Era un estudio cuyas conclusiones habían tomado ocho años de trabajo, con una muestra de 422 niños a los que se había dado seguimiento en tres momentos de sus vidas: a los 2, 5 y 10 años. Lo lideró Nicole B. Perry, de la Universidad de Minnessota, y se pueden ver sus conclusiones aquí. El estudio, en consonancia con varios otros que se habían publicado antes, mostró que un estilo de crianza hiperprotector o en exceso exigente tenía efectos negativos en el desarrollo de los niños,como problemas en la regulación de las emociones, falta de control comportamental, inseguridades, y dificultades para establecer buenas relaciones sociales y escolares.

Al comienzo de la temporada 2020-21, Andrés recibió unos mensajes por Whatsapp en que una madre le exigía, con cierta premura, hablar “del caso de su hijo”, así que la llamó por teléfono para hablar de lo que sucedía. Recuerdo perfectamente el momento de la llamada. Era una tarde de septiembre; estábamos disfrutando del jardín, en familia, acompañados de la abuela, que pasaba unos días con nosotros. La llamada duró más de media hora y tengo que decir que nos alteró la paz familiar de esa sobremesa. Vi a Andrés armarse de paciencia y esgrimir los mismos argumentos una y otra vez, pero resultó infructuoso. Aquella madre no atendía a razones ni estaba dispuesta a escuchar otros motivos que no fueran los suyos. Para resumir a los lectores, la cuestión era que, partiendo del juicio del Director deportivo y los entrenadores, en el club se habían redistribuido jugadores en diversos equipos, A, B y C, y al hijo de esta “madre helicóptero” no le había gustado el equipo que le había correspondido, así que la madre exigía el cambio inmediato por “desmotivación del chico”. Cuando Andrés le indicó a esta madre que el camino más lógico habría sido que el chaval en cuestión hablara con su entrenador para darle sus argumentos, y sugirió que él le expusiera sus razones al Director deportivo, la madre le pidió sorpresivamente a Andrés “ni se os ocurra decirle nada a mi hijo, no quiero que se entere de que yo estoy interviniendo en esto”. Por respeto al club y a la familia, no voy a dar más datos sobre la identidad ni la edad del chico, pero se pueden imaginar que no está jugando, precisamente, en la categoría de los “alevines”….
No me demoraré en explicar a mis lectores los motivos que la madre argumentaba para el cambio. Lo que me interesa poner de relieve son dos cuestiones:
La primera, que el chico no fue capaz, en ningún momento, de hablar ni con su entrenador, ni con el Director deportivo, para exponerles su supuesto malestar o desmotivación.
La segunda es ese sorprendente “ni se os ocurra decirle a mi hijo que yo estoy interviniendo” y las muchas llamadas de aquella madre, que siguió intentando forzar el cambio durante casi un mes, hablando con todo el Equipo Directivo del Puerta.
Progenitores “tigre” y “apisonadora” por doquier
Sigo con las historias del “Puerta”. Ya he dejado claro al principio de esta entrada del blog que no me gusta el fútbol… ¡qué le vamos a hacer! así que mis tres hombres me hacen muchas bromas cuando, alguna vez, hago el tremendo esfuerzo de ir a ver uno de los partidos. Lo cierto es que, como me encanta observar, convierto el rato de partido en un laboratorio de contemplación sociológica. En general, me gusta ver a los padres del Puerta, porque en su mayoría apoyan y alientan a sus hijos sin necesidad de atacar al rival ni faltarle al respeto. De hecho, cuando se juega en casa, todos pueden ver expuestas en un gran cartel estas diez recomendaciones que la Guardia Civil hace a los padres, para fomentar la sana competición:
He de decir, con tristeza, que no siempre veo comportamientos ejemplares en los padres y madres que asisten a los partidos en las gradas de los campos donde juegan nuestros niños y jóvenes. He visto a más de un padre “apisonadora”, de esos que, con tal de salirse con la suya son capaces de pasarle a cualquiera por encima, sea árbitro, jugador contrincante o a los mismos entrenadores de su equipo. Y también he visto a los asfixiantes e hipercontroladores progenitores “tigre”, esos tan autoritarios que, lejos de lograr “hijos prodigio”, con sus niveles de exigencia tienen bastantes papeletas de llevarlos a la ansiedad y a la falta de autoestima. Nunca olvidaré una madre gritarle a su hijo, supuesta “estrella” del equipo rival que iba en lo más alto de la tabla de la competición: “o marcas ya un gol, o esta noche no cenas”. Sentí cómo aquella frase me taladraba las entrañas. Y se me encogió el alma al ver los ojos de aquel chaval a punto de llenarse de lágrimas de frustración. Nuestros hijos no se merecen este tipo de comportamientos.

Los grupos de whatsapp y los progenitores “secretaria”
En el “Puerta” los entrenadores decidieron hace un tiempo que, a partir de la categoría de Cadete (14-15 años) cada equipo tuviera un grupo de Whatsapp al que pertenecieran los jugadores y el “Míster” para facilitar la información sobre horarios, convocatorias de partidos, asignación de campos, etc. En el momento en que se tomó la decisión, la edad a partir de la cual era legal tener una cuenta de esta red social era los 13 años. En cada uno de esos grupos de Whatsapp, el capitán del equipo tiene que responsabilizarse de recoger y organizar los números de teléfono de sus compañeros y facilitar la información que resulte pertinente en cada momento. Los entrenadores y la Dirección deportiva entienden que es un modo de que los chicos se responsabilicen de sus cuestiones, tareas, deberes y organización logística dentro del club. La realidad ha sido que algunos padres se han quejado de esta decisión. ¿el motivo? Seguramente el lector pensará “Whatsapp ha elevado recientemente la edad mínima para tener una cuenta”. Pero no. Los motivos fundamentales están más relacionados con argumentos como “mi hijo se olvida de todo y soy yo, como padre, quien debe tener esa información para poderle llevar a los partidos y organizar la agenda familiar”.

Este tipo de pensamiento, que esconde otra forma de hiperprotección, está enviando a los hijos el mensaje erróneo de “no eres capaz de organizarte por ti mismo, así que yo tengo que estar encima y organizando tus asuntos a todas horas”. Es muy lícito que queramos acompañar a los chicos a sus partidos y disfrutar con ellos de esos ratos de deporte y sana competición, pero ellos son perfectamente capaces de expresarnos a nosotros cuándo nos necesitan para conducir hasta el campo del rival en los partidos del fin de semana. Permitamos que se responsabilicen de lo que les compete.
El modelo del progenitor “panda” y la disciplina positiva como forma de crianza respetuosa
Hace aproximadamente un año y medio que leí en un artículo la expresión “progenitor panda” para referirse a un estilo de crianza y de relación con los hijos que favorece las creencias empoderadoras, la asunción de responsabilidades y un autoconcepto sano y ajustado, algo que llevará a los chicos a ser adultos bien ajustados, felices y capaces. Fue a raíz de la publicación del libro de Esther Wojcicki How to Rise Successful People.
La metáfora del progenitor panda proviene del comportamiento del oso bicolor con su osezno, una forma de relacionarse en que se combina el cariñoso cuidado de la cría, con el gesto de dejarla ir cuando esta ya se vale por sí misma y puede ser independiente. O lo que mi buena amiga Isabel Montiel me decía siempre: “Eva, a los hijos hay que darles alas fuertes y raíces fuertes: alas para volar lejos y raíces para que sepan dónde está su lugar y sientan la pertenencia”.

Esther Wojcicki es hija de inmigrantes rusos que llegaron a buscarse la vida en California hace ya décadas, y hoy es una profesora que imparte clases en un instituto en Palo Alto, California. Pero además es madre de tres “hijas prodigio” con un nivel de éxito en la vida nada desdeñable: Susan Wojcicki, CEO de YouTube; Janet, profesora de Pediatría en la Universidad de California; y Anna, fundadora de la empresa de biotecnología 23andMe, cuyo valor aproximado se calcula en 440 millones de dólares, cerca de 400 millones de euros. Esther decidió escribir la historia de cómo había criado a sus tres hijas y resume su fórmula en un acrónimo, TRICK (Truco). El truco es, en realidad, una combinación equilibrada de varios elementos que hacen a los hijos creer en sí mismos para poder crear vidas más fértiles y felices. La T de Trust (confianza), la R de Respect (respeto por sus decisiones), la I de Independence (independencia, permitiendo que los hijos se equivoquen y aprendan de esos errores, levantándose cada vez que caigan apoyados en su resiliencia), la C de Collaboration (colaboración para guiarlos sin asfixiar su proactividad) y la K de Kindness (dulzura y amabilidad, quererlos por encima de todo).

En definitiva, que la receta de Esther Wojcicki está muy en sintonía con lo que se conoce como Disciplina Positiva, una forma de entender las relaciones con los niños y los adultos defendida por Jane Nelsen y Lynn Lott, y apoyada en las enseñanzas del Enfoque Basado en Soluciones de Alfred Adler y su discípulo, Rudolph Dreikus. Los pilares de la Disciplina Positiva son el respeto mutuo entre adulto y niño; la firmeza amable, que consiste en una combinación equilibrada que mezcla altas dosis de afecto y amor incondicional con un control firme para cumplir las normas y los límites que el adulto marca; la comunicación efectiva, y el acompañamiento, desde la confianza, para que el niño desarrolle habilidades de resolución de problemas por sus propios medios, haciéndole sentir capaz y desarrollando sentimientos de afiliación, pertenencia, importancia, contribución y autoconfianza.

Me pregunto si esos padres “helicóptero” que solucionan a los hijos sus conflictos, en lugar de permitirles lidiar con ellos; esos padres “tigre” que solo se comunican desde el grito, el autoritarismo y el “porque yo lo digo, y punto” y los padres “secretaria”, que no confían en que sus hijos puedan valerse por sí mismos, serán capaces de dar un paso atrás. O quizás mejor, un paso al lado, acompañando el camino.

Decía Hölderlin que “los educadores forman a sus alumnos como los océanos forman a los continentes: retirándose”. Intentemos también, como progenitores, abandonar la hiperprotección y el autoritarismo para retirarnos un poco y dejar a nuestros hijos, simplemente, SER.
Buen artículo, Eva, y muy necesario en este mundo de competitividad y sobreprotección en que viven buena parte de nuestros jóvenes.
Hace falta mucha generosidad para darles ese equilibrio entre confianza en su reclamo de independencia, acompañamiento en su camino, firmeza positiva y amable ante sus compromisos y seguridad de que siempre estaremos con ellos pase lo que pase.
El deporte en la etapa de formación de nuestras chicas y chicos es imprescindible para practicar ese equilibrio.
Gracias, Almudena. El mundo del deporte juvenil es, efectivamente, un ejemplo más de los extremos a los que nos puede llevar tanto la extremada exigencia y competitividad, o el extremo contrario de la sobreprotección. Un abrazo.
¡Genial, Eva! Muy acertado, como madre y como educadora. Nunca ha sido fácil educar a los hijos, pero en la sociedad de hoy las cosas son incluso más complejas. Son pocos hijos para muchos padres… custodias compartidas, fines de semana alternos…¡Hay que hacer el pino emocional para mantenerse cuerdos! Aún así el «Panda Parenthood» es posible, claro que síiiii!
Y como educadoras seguiremos formando lo que llamo ciudadanos «LIPIARIN», a mis hijos les encanta que les llame «lipiarín». Esto lo saqué del preámbulo de ya no sé qué ley de educación, pero seguro que en la próxima también está. Y si no está, no importa, nosotras, como buenas educadoras que somos, seguiremos formando personas Libres, Participativas, Autónomas, Responsables e Integradas en la sociedad que les toque vivir.
¡Un placer saber que estás ahí, siempre EDUCANDO!
Querida Isabel, como decía en otro post de hace un tiempo «al niño lo educa la tribu» y yo tengo la suerte de contar con una tribu en la que tú tienes un papel muy importante, y de la que aprendo día a día para seguir EDUCANDO a vuestro lado. Me encanta tu acrónimo y seguro que seremos, cada vez, más y más progenitores criando a hijos Lipiarín. Un fuerte abrazo para ti y para tus hijos maravillosos.
Buen artículo, gracias.
Gracias a vosotros por leerlo y comentarlo. Un saludo cordial.