Los estilos de crianza que implementamos con nuestros hijos condicionan, en gran medida, sus creencias más profundas, y por ende su desarrollo personal y social posterior, la capacidad de gestionar adecuadamente sus emociones y sus comportamientos. Los extremos nunca fueron buenos: ni sobreprotección, ni autoritarismo y exigencia en demasía. Tampoco los estilos permisivos o negligentes funcionan: un hijo no debería nunca sentirse abandonado o poco importante. ¿Quieres que tus hijos se sientan empoderados y sean capaces de lidiar adecuadamente con los desafíos que les ponga el entorno? Es el momento de plantearnos si estamos practicando una crianza verdaderamente respetuosa.